Nos acercamos a tener las características propias de un país de ese Tercer Mundo que tanto le gusta a Zapatero y tan poco a la mayoría de los españoles, acostumbrados a vivir bien y en un país occidental.
Parece como si Rajoy empezara a intuir que, con el panorama económico que tenemos encima y con las nuevas coordenadas políticas surgidas de las autonómicas gallegas y vascas, Zapatero no tendrá más remedio que anticipar las elecciones generales. Eso de que "así no aguanta usted ni la economía medio año más" es todo un mensaje acerca de que o cambia de actitud o va a las urnas para evitar males mayores. Ojalá ZP le hiciera caso, aunque sólo fuera por una vez en su vida y se decantara por una u otra opción. Sin embargo, mucho me temo que en la situación actual la única solución que tiene son unos nuevos comicios que, dado como está el patio, mejor que se celebren lo antes posible.
Hoy por hoy, Zapatero ha perdido toda capacidad de tomar las medidas económicas que necesita este país, si es que en algún momento tuvo intención de hacerlo, cosa que no está tan clara, porque carece de los apoyos necesarios para ello. No es que no pueda reunir una mayoría suficiente con la que sacar adelante sus medidas acudiendo a Izquierda Unida, ERC y el BNG, que podría hacerlo. Lo malo es que la factura que pasarían dichas formaciones a cambio de sus votos sería todavía peor para los ya de por sí graves problemas socioeconómicos que padece nuestro país. Dichas formaciones pedirían más gasto público, más intervención del Estado, más déficit y, por supuesto, más dinero para Cataluña y, quien sabe, a lo mejor también para Galicia, al menos para aquellos municipios que gobierne el BNG, o, cuando menos, algo que los nacionalistas gallegos pudieran vender como un triunfo suyo. Esto es justo lo contrario de lo que necesita en estos momentos la economía española si quiere salir algún día de la profunda crisis en que estamos inmersos.
El Gobierno ya no tiene margen alguno para tirar de chequera, como prueban las previsiones que hablan de un déficit público del 7% del PIB este año y del 11% el próximo, una situación que acercaría a España aún más a la argentinización de la economía patria. Y eso significa tipos de interés disparatados y riesgo de suspensión de pagos, por no hablar de la escalada del paro; o sea, las características propias de un país de ese Tercer Mundo que tanto le gusta a Zapatero y tan poco a la mayoría de los españoles, acostumbrados a vivir bien y en un país occidental. Una prueba de que las arcas del Estado ya no acumulan más que polvo y telarañas se encuentra en lo que ha dicho en las palabras del ministro de Trabajo, Celestino Corbacho, que esta semana ha pedido a las autonomías que financien la extensión de la prestación por desempleo a quien la pierda o ya no cuente con ello. Aunque, probablemente, lo más significativo en este sentido es esa inversión de deuda pública opaca que estudia lanzar el Gobierno para inversores que tengan su dinero en paraísos fiscales o que la adquieran a través de ellos, como aquellos bonos opacos que en su momento se vio obligado a emitir Solchaga. Dicha medida revela no sólo el doble lenguaje de Zapatero, cuyo Gobierno prepara semejante medida cuando el primer punto de la propuesta española para la cumbre del G-20 es acabar con los paraísos fiscales, sino hasta qué punto están de mal las cosas con las cuentas públicas que hay que recurrir a semejante instrumento para conseguir dinero y a tipos de interés no demasiado elevados. Así no me extraña que diga Rajoy que la economía no aguanta ni medio año.
La salida natural en estas circunstancias sería que el Gobierno se acercara al Partido Popular y buscara con él un acuerdo, como espera el líder del PP vasco Antonio Basagoiti, cuando dice confiar en que ZP abandone la "política de demonización del PP". Ojalá lo hiciera porque lo que se necesita en estos momentos es que las dos principales formaciones políticas de este país dejen a un lado sus enfrentamientos y se pongan a trabajar conjuntamente en las políticas necesarias para superar la grave situación que vivimos, aunque algunas de ellas no sean precisamente del gusto de alguna de las partes. Por desgracia, dudo mucho de que el presidente del Gobierno esté por la labor.
Zapatero sigue pretendiendo hacer su propio New Deal desarrollando su propia idea del socialismo y evitando quemarse con medidas necesarias pero que, a corto plazo, pueden resultar impopulares. Y no hay forma de que nada ni nadie le haga apearse de la burra, por mucho que este país se encamine a toda velocidad a los cuatro millones de parados y, con toda probabilidad, a los cinco millones también, o por mucho que ya tengamos casi un millón de personas que no perciben ingreso alguno. Ni con esas Zapatero está dispuesto a renunciar a sus planes. Pero sabe que necesita al PP, ahora más que nunca, una vez que CiU y el PNV le han dicho que de apoyarle en el Parlamento, nada de nada. Sin embargo, como no pretende dar su brazo a torcer, trata de forzar al PP a sumarse a sus desastrosas iniciativas y darles cobertura con el barniz del consenso para que luzcan más de cara a la galería. No obstante, como los populares, en buena lógica, no tienen la menor intención de justificar a ZP en lo injustificable, de salvarle la cara cuando él es parte –e importante– del problema, pues a los socialistas no se les ocurre nada mejor que demonizar al PP. Así, le acusan de todos los males –a ver si cuela– y le denuncian con expresiones tales como que el PP es el único partido de oposición en Europa que no se suma a las iniciativas del Ejecutivo de su país para superar la crisis. Si esas iniciativas son el cheque baby, los 400 euros o los 8.000 millones para que los ayuntamientos construyan piscinas, saunas y spas, nadie en Europa se sumaría a semejantes locuras ni daría al Ejecutivo cheque en blanco alguno como pretende el PSOE.
En estas circunstancias, por tanto, la única salida que queda es adelantar las elecciones y que las urnas decidan, porque si el Gobierno sigue como hasta ahora, que seguirá, aquí acabaremos con un estallido social de consecuencias imprevisibles. Aunque, a lo mejor y con un poco de suerte, se lleva de por medio a esta izquierda retrógrada, inmadura e insolvente que hoy detenta el poder y evita que vuelva a ejercerlo hasta que madure en términos políticos y personales. Seguro que es lo que pensaba Rajoy cuando dijo eso de que ni Zapatero ni la economía aguantan medio año.
Emilio J. González
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