REINO UNIDO | El parlamentario dice que es un montaje
Juegos sexuales en la Cámara de los Comunes
Las imágenes del escándalo, publicadas por el dominical 'News of the World'.
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* Griffiths, diputado laborista, sorprendido practicando el sexo en su despacho
* Es íntimo de Gordon Brown, que fue padrino de su boda
No parece que los vetustos despachos de Westminster den la talla como escenario de un rodaje subido de tono. Y, sin embargo, en uno de ellos han pillado ejercitándose al diputado laborista Nigel Griffiths. Las fotos las publicaba ayer en exclusiva un dominical británico.
Griffiths profanó el sancta sanctorum del parlamentarismo, pero lo hizo para más inri con nocturnidad y nada menos que el día en que los británicos conmemoran a los caídos en el campo de batalla. Un baldón para la Cámara y para el Ejército y una afrenta para las señoras a las que se les atragantó el desayuno del domingo.
Suponemos que una de ellas fue Sally Griffith, esposa del truhán y víctima propiciatoria de la sinvergonzonería de su marido. No es difícil imaginar su desolación al contemplar las fotos que publica 'News of the World', que muestran los detalles del dulce meneo al que su esposo se abandonó con una morena en la sede de la soberanía nacional.
Los amantes tomaron fotos con una cámara digital
El juego prohibido arrancó poco después de las once y media de la noche y se extendió hasta entrada la medianoche, según registra el código de tiempo de las imágenes, que los amantes tomaron con una cámara digital. La mujer se desnuda lentamente y se arrodilla en el sofá verde del despacho antes de que la cosa pase a mayores y se abra paso la culminación del deseo sexual.
El entorno de la coyunda es inequívocamente familiar. De la llave cuelga el llavero de los despachos de la Cámara de los Comunes y en la papelera languidece un archivador con la leyenda 'Confidencial'. Sobre el sofá, una estantería con libros. Uno de ellos, por cierto, sobre la exposición de pintura oriental del Guggenheim de Bilbao.
Por lo que muestra el código de la cámara, la orgía continuó fuera de los Comunes, en un apartamento cuyas coordenadas se desconocen. De lo que aquí ocurrió hay evidencias gráficas hasta las 2.24 horas de la madrugada. En una foto la mujer aparece ligera de ropa y tendida sobre la alfombra. En otra, Griffiths sale desnudo, fumándose un puro y con una sonrisa bobalicona.
Antes de publicar la noticia, el dominical abordó al diputado, que respondió a las acusaciones desabrido y negacionista: "Se trata de una prueba amañada. ¡Esto es ultrajante! ¡Completamente ultrajante!". 'News of the World' aguardó dos semanas para ver si era capaz de articular una explicación mejor. Apenas dijo que no tenía nada que añadir, publicó la noticia.
El escándalo conmocionará a buen seguro al mundillo parlamentario. Griffiths no es lo que se dice un diputado anodino. Durante la era Blair fue viceministro y portavoz adjunto del laborismo y sus relaciones con Brown están a la orden del día. Ambos son escoceses y compartieron piso en sus años de estudiantes. Y Brown fue el padrino de su boda. Lo que le deja tal vez ahora en una situación todavía más embarazosa.
No es la primera vez que Griffiths se ve envuelto en un escándalo de medio pelo. El anterior acaeció en 2002 y no fue de naturaleza sexual sino económica. La comisión de gastos detectó que cobraba del Parlamento 10.000 libras anuales (10.622 euros) por mantener en Edimburgo una oficina que en realidad era suya. Un asunto por el que pasó de puntillas entre otras cosas gracias al apoyo ciego de Brown, que le describió entonces como "uno de los ministros más eficientes" del laborismo.
El diputado Griffiths se enfrenta ahora a la ira de su esposa pero también a una probable investigación parlamentaria. El artículo 15 del estatuto del diputado establece que "los miembros de la Cámara deben comportarse en todo momento de manera que mantengan y fortalezcan la confianza del público en la integridad del Parlamento". Una premisa que le será difícil a Griffith decir que ha respetado. Sobre todo a la luz del revolcón en el sofá y los ligueros tintineantes de la mujer.
Eduardo Suárez | Londres
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