URBANISMO | Ciudades sostenibles
Así se vive en la Capital Verde europea
Vista del nuevo barrio de Hammarby Sjöstad, donde viven 17.000 personas y que se ha diseñado para tener bajo impacto ambiental. Foto: Vict orira Henriksson
Pedro Cáceres | Estocolmo
¿Cómo que «la ciudad no es para mí»? Antes de lanzar ese lamento, como hacía el paleto interpretado por Paco Martínez Soria en una españolísima película de los 60, quizá habría que ver otros lugares.
Pongamos por caso Estocolmo. La recién elegida Capital Verde de la UE para 2010 es la demostración de que las ciudades no tienen por qué parecer infiernos de ruido, cemento y humo ni ser una carga inasumible para el medio ambiente.
Como un Martínez Soria del periodismo verde, empecé a disfrutar de las conquistas ambientales de Suecia antes siquiera de bajarme del avión. El vuelo que me llevaba desde Madrid ahorró unos 300 litros de combustible con el consiguiente reembolso en CO2 gracias al nuevo esquema de aproximación a tierra impulsado por los gestores del aeropuerto de Arlanda. Si el piloto lo acepta, la torre de control le indica las maniobras necesarias para gastar menos combustible. Esta técnica ha sido bautizada como Green Landing y es un ejemplo de hasta qué punto son cuidadosos con el cambio climático los gestores de Arlanda.
El aeropuerto se ha rediseñado para disminuir el uso de energía, explica Lars Andersen, de SAS, el organismo de navegación sueco, quien añade que, además, de usar poca electricidad, Arlanda recurre a fuentes renovables para los consumos inevitables. El objetivo final es disminuir la huella de carbono, es decir las emisiones de CO2 achacables a la actividad del aeropuerto. En ellas cuentan las generadas por los coches que entran y salen, de modo que para que sean menos se ha inaugurado un tren-bala eléctrico que recorre en 20 minutos los 45 kilómetros hasta el centro de Estocolmo.
El aeropuerto es la antesala de una ciudad que quiere llegar a 2050 siendo 'fossil free', es decir, libre de combustibles fósiles. Pretende lograrlo gracias por ejemplo al uso del transporte público. Un 80% de los traslados en hora punta se hacen ya en metro, tranvía o buses. Y éstos se alimentan con electricidad o combustibles que no vienen del petróleo, detalla Inger Cramér, de la empresa pública de transportes.
La penetración del servicio público es tal que la gente prescinde de tener coche. En la ciudad, la media de automóviles por 1.000 habitantes es menor a la del país. Claro que, además, se ha implantado desde 2007 una tasa diaria a los automóviles que usan las autovías de entrada a la ciudad. Se aprobó en referéndum tras un periodo de prueba y, según Eva Söderberg, del organismo gestor del pago anti-atascos, ha reducido el tráfico un 20%.
«Vivo en Estocolmo, ¿para qué iba necesitar un coche?», me dice un asesor del ministro de Medio Ambiente al preguntarle por el medio que usa para ir a trabajar. Su jefe, el ministro Andreas Carlgren, está llamado a desempeñar un importante papel en los próximos meses. Suecia ocupará la Presidencia de la UE en el segundo semestre de 2009, justo cuando en diciembre la comunidad internacional se va a reunir en Copenhague para negociar el tratado que sustituirá al Protocolo de Kioto. Carlgren insiste en que el principal objetivo del Gobierno al que pertenece es el cambio climático. Y es que «el 90% de los suecos cree que nos está afectando ya», explica.
Al preguntarle si la actual crisis afectará a los esfuerzos por el medio ambiente responde: «En los últimos años nuestro PIB subió un 15% y las emisiones bajaron un 10%. La economía con un bajo coste en carbono es la solución y es el futuro, lo otro es un suicidio».
Libres del petróleo en 2050
Así las cosas, Suecia pretende ser un país con emisiones de carbono iguales a 0 en 2050. Cuenta para ello con la ventaja del origen de su electricidad. Un 45% proviene de la hidroeléctrica, un 10% de otras renovables y el 45% de una decena de centrales nucleares. Es cierto que la atómica es una opción controvertida por los residuos radiactivos, pero desde luego emite menos gases de efecto invernadero que las plantas de hidrocarburos.
De modo que, se acepte o no como limpia de verdad la electricidad sueca, el caso es que, cuando alguien enciende la luz en el país, eso no afecta al clima. Suecia lucha además contra el petróleo en otras áreas clave, como el transporte, apostando por los biocombustibles y otras fuentes renovables. El 5% de los vehículos se mueven ya con etanol de caña y el Gobierno quiere que, en 2030, dejen de depender del todo de los combustibles fósiles.
En Estocolmo, con temperaturas en torno a 0º a final de marzo, no se ve una boina de humo como la que cubre Madrid. El aire es limpio. El tráfico es poco y no hay calderas de carbón. El 70% de las casas recibe el agua de calefacción por un sistema centralizado desde grandes plantas que usan electricidad. Otras térmicas queman un 50% de restos forestales y un 50% de biofuel: es decir, de nuevo carbon free o libre de CO2.
Y eso no es todo. Ya hay 80 autobuses urbanos que se mueven con biogás, o sea, metano generado al reciclar las aguas residuales de los domicilios. Hablando claro, las heces humanas impulsan el transporte.Y nadie se asusta. Los buses lucen carteles como éste para explicarlo: «Gracias por la comida. Tu cena de ayer propulsa este bus».
Tan delicado asunto ha sido aceptado con naturalidad posiblemente por la larga cultura ambiental de los suecos. Ya en 1972, la ciudad acogió la primera Cumbre de la Tierra de la ONU. Pero ni todo era perfecto entonces ni ha sido fácil lograrlo. En los 70, el lago principal era un pozo tóxico por la actividad portuaria. Ahora, surte a la ciudad de agua potable gracias al esfuerzo invertido en controlar todo su ciclo. El problema de las basuras se solucionó con una gestión que separa los residuos en hasta ocho fracciones. No hay vertedero. Todo se recicla o se quema en centrales eléctricas.
Quienes gestionan Estocolmo la tratan como si fuera un organismo, que traga recursos y genera desechos. Y al aplicar la eficacia a los ciclos de consumo y emisión urbanos le han dado un metabolismo verde. Un grupo de empresas suecas pioneras en la aplicación de ecotecnologías le ha dado nombre al concepto. Lo llaman SimbioCity y llevan tiempo exportándolo a otras urbes.
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