El Rompeolas por Eva Reuss
Edurne y la llamada divina
Actualizado el 23/5/2009 - 12:44h
A veces hay que rebuscar en la metafísica, en la astronomía, en la egolatría o quizás en la teología para entender si es una especie de llamada divina quien mueve a la alpinista Edurne Pasabán y sus colegas a embarcarse o colocarse en vertical ante semejantes monstruos de roca y pavor. Ellos, implacables, parecen esperarles con los brazos abiertos para devorarles, como una mantis religiosa, si es que osas retar a su poder. Un poder helador que congela dedos, amorata ojos y mejillas, agota el oxígeno hasta asfixiarnos mientras entumece el alma. Ni ellos mismos saben explicar el imán de la montaña. Tampoco Juanito su compañero, que ha perdido todos los dedos de los pies y ha tenido que aprender a andar sin ellos. Es un misterio que en parte llevó a la amable Edurne a un depresión de dos años para luego concluir que eso –seguir desafiando al cielo- era a lo que de verdad quería dedicarse. Ahora que vuelve de culminar su duodécimo 8000 nos aterra recordar a Iñaki Ochoa de Olza y a esa frágil frontera de unas horas que separaron su vida de su muerte.
Dice Edurne que en la bajada del Kangchenjunga pensó en dejar esto para siempre pero en cuanto llegó al pie de la montaña ya había cambiado de opinión. Esa voz extraña había vuelto a retumbar en su mente y a recordarle que sólo le quedan dos 8.000 para tocar el cielo con las yemas de los dedos.
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