Mercedes Salisachs: “Soy una firme defensora del catolicismo”
Aunque la enfermedad la acorrale por varios frentes (una piedra en el riñón, el oído fuera de servicio, un brazo paralizado…), Mercedes conserva intactas la memoria y la lucidez, lo que nos permite empezar la entrevista por el principio -el hogar en que nació- y de ahí tratar de recorrer, en sólo folio y medio, lo que ha sido su vida.
-La fe en casa de sus padres, ¿cómo se vivía?
-En ese sentido llevábamos un tren de vida, cómo le diría yo, descafeinado. Practicábamos, sí, pero como se practica, qué sé yo, un almuerzo.
-Es decir, no profundizaban.
-Entonces casi nadie lo hacía. Íbamos a misa, rezábamos el rosario, guardábamos el ayuno…, pero por cumplir.
-¿Cuándo empezó a ahondar?
-En el 58, tras la muerte por accidente de mi hijo Miguel, de veintiún años.
-¿Cómo le cambió la vida?
-Quedé destrozada. Al principio, me enfadé con Dios. Hasta que me fui enterando de cosas.
-¿Por ejemplo?
-Que Miguel iba con su novia todos los días a misa a comulgar, que había hecho los primeros viernes…
-¿Él nunca le dijo nada?
-No. Y eso que hablábamos mucho de religión. Pero él era muy humilde. Divertido, abierto y artista, pero humilde.
-Según iban contándole cosas…
-Pensaba: “Si quiero volver a verle, tengo que hacer lo mismo que él”. Desde entonces, comulgo todos los días.
-Y reza, claro.
-¡Muchísimo! Yo diría que, a lo largo del día, unas tres horas.
-¿Cuál es su plan de oración?
-Todos los días hago las tres partes del rosario, salvo los lunes, que rezo cuatro, porque añado los misterios de la Luz. Esta es la parte, digamoslo así, ‘mecánica’.
-¿En qué consiste la ‘espontánea’?
-En hablar con Dios, sin pautas.
-¿Y la escucha?
-Yo creo que sí.
-¿En qué lo nota?
-En que me concede lo que le pido. A veces se hace esperar, pero termina por concedérmelo.
-¿Qué pide?
-¿Para mí? Nada. Bueno, sí, que aumente mi fe.
-¿No reza para curarse?
-No. Ya es milagro que, a pesar de los silencios, mis libros sigan editándose y vendiéndose.
-¿Se siente perseguida?
-Perseguida no; ignorada sí.
-¿Por sus creencias religiosas?
-En parte por eso, en parte porque soy de derechas. Y españolista en Cataluña. Y mujer.
-Eso último ya no es un handicap.
-Sí, porque no soy lesbiana. Que si lo fuera… ¡Madre mía! Ahora la homosexualidad está de primerísima plana. ¿Sabe una cosa?
-Diga.
-Cuando la dictadura, me enfurecía la censura. ¡Pero es que ahora…! Esto no es una democracia, es una ‘dictocracia’. Retiran los crucifijos de los colegios, te prohíben hablar español en Cataluña, que es España…
-¿Perdona a los que la silencian, a los que la ignoran?
-Sí, aunque es verdad que olvidar es más difícil que perdonar.
-Volviendo a sus libros. ¿Entiende la literatura como instrumento de evangelización?
-En mis libros muestro la vida tal como es: terrible. Con ellos busco que la gente reflexione.
-Ido su hijo Miguel, ¿con quién habla de estas cosas?
-Con Covadonga O’Shea, con Santiago Martín, con mi nieta, que tanto me recuerda a mi hijo, ahora con ustedes, los de ALBA…
-¿Y no le da pudor?
-¿Pudor? ¡Vergüenza me daría no hablar de Él! Pero si soy una firme defensora del catolicismo. Con la de regalos que me han caído del Más Allá…
-Habla del Más Allá.
-Porque tengo pruebas de su existencia.
-¿No le da miedo?
-Ninguno. La vida es un embarazo.
-¿Un embarazo?
-Sí, empezamos a vivir cuando morimos. Es también el ensayo general de una representación que tendremos que realizar en el otro mundo.
-¿Y si el ensayo sale mal?
-Pues adiós, madre.
-¿Y si sale bien?
-La maravilla que puede ser.
-Una escritora como usted, ¿cómo se imagina a Dios?
-No soy capaz de hacerlo. En cambio, sí puedo plasmar la Santísima Trinidad.
-¡Pero si es más difícil!
-Cuando enciendo la chimenea, veo que la llama es color butano, amarillo y violáceo. Y pienso: así debe de ser la Trinidad: una bola de fuego de colores, que no quema, que está llena de amor.
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