sábado, 21 de marzo de 2009

APRENDER A LEER ES POSIBLE A PARTIR DE LOS 70 AÑOS


Cientos de ancianos analfabetos lo consiguen gracias a la asociación altamira

Aprender a leer es posible a partir de los 70 años

Su aprendizaje les ayuda a confiar en ellos mismos
Sonsoles Calavera

Los ancianos se sienten realizados al aprender.

No van de uniforme, pero llevan plumier, lápices y cuadernillos de caligrafía. Hacen cuentas, dictados y ejercicios de escritura. Se aplican con los deberes y tienen un pupitre y unas compañeras de clase de las que no se quieren separar. Han empezado a ‘ir al cole’ en torno a los 70 años. Así le llaman ellas: su colegio.

Cuando la sociedad les ha cerrado tantas puertas que, entrado ya el siglo XXI, y en la última etapa de su vida, no les ha dado si quiera la oportunidad de aprender a leer, estas personas mayores y analfabetas se encuentran con alguien que apuesta por ellas. Gracias a la fundación Altamira, aprenden no sólo a juntar letras y a hacer cuentas, sino a confiar en ellas mismas, a ver que están a tiempo de muchas cosas, que son personas valiosas, en las que merece la pena invertir todo el esfuerzo, el tiempo y el cariño que haga falta y que la sociedad sigue contando con ellas.

Felisa de 65 años está haciendo un dictado y cuenta que estas clases han cambiado su vida: “Yo pasaba mucha vergüenza. La más vergüenza que pasé yo mire usted, fue que fui a mandar un paquete y no sabía rellenar un papel porque mi marido estaba trabajando. Antes no sabía casi nada, iba perdida por la calle.Pero ahora ya sé firmar, leo todos los anuncios, las cosas que salen en televisión, bajo al metro y ya sé la estación en que me tengo que bajar. Cada día estoy más contenta desde que voy a clase, porque eso me hace a mí vivir. Todos los días hago una hoja de caligrafía y se lo enseño a mi marido para ver si lo tengo bien. Me dice: ‘Sí, sólo te falta un empujoncito para saber escribirlo de memoria’”.

Alvarina es cocinera y ha empezado el cole a los 65. “¿La experiencia? “fenomenal, una maravilla. Cuando llegué aquí casi no sabía ni poner mi nombre. Ahora sí sé: leer, cuentas, de maravilla…”, cuenta entusiasmada. Teresa está haciendo cuentas, vemos un puñadito de garbanzos junto a su cuaderno y nos cuenta que tiene un buen truco para desenvolverse cuando hay que hacer números: “Ahora ya no me parece difícil. Me arreglo muy bien con los garbanzos. Cuando voy a la compra, me llevo un puñado en el bolso y los cuento.

Altamira tiene 26 años. Esto fue creciendo y ahora son 670 socios, la gran mayoría mujeres. Josefina Soto es su presidenta y lleva en Altamira desde que empezó. Cuenta que el objetivo de la organización llega más allá de enseñar a leer y a escribir. “Nuestra filosofía es que se encuentren bien, a gusto, que disfruten, queremos hacerles felices. Se trata de que recuperen la ilusión, algo que si no han perdido están a punto de perder, por circunstancias, edades, hijos que se van… También que encuentren amigas, que se agarren a la ilusión de algo que les haga salir de casa, de estar sentadas todo el día, y además, que aprendan, porque muchas de las alumnas que vienen, de sesenta a ochenta y tantos años, no han tenido nunca un colegio”.

La asociación desarrolla su labor en el Centro de Educación Primaria Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, en la calle Hermanos García Noblejas, de Madrid, que cede por las tardes la comunidad religiosa que dirige el colegio. En sus 25 años de historia se han matriculado en sus cursos y talleres unos 8.500 alumnos, y se estima en más de 650 personas las que han aprendido a leer y escribir en sus aulas gracias al trabajo de los cerca de 80 profesores y monitores que desempeñan su labor de manera totalmente voluntaria y desinteresada.

Ester Fernández es una joven profesora de primero de infantil, también voluntaria de Altamira. Cuenta que sus alumnas de la mañana y de la tarde tienen mucho en común. “Dan los mismos contenidos y el proceso es el mismo, pero un niño es una esponja que lo absorbe todo y a la señora se lo explicas hoy y la semana siguiente no se acuerda. Pero son como niñas. Dicen ‘No me pongas un mal que me lo ve mi nieto y me dice que no aprendo’, se quejan si estás más rato con otra y, aunque hayan aprendido suficiente para pasar de curso, prefieren seguir años en el mismo, con tal de no separarse de sus amigas”. … “Entonces nos planteamos, ¿qué conviene más cambiarlas de nivel o que sean felices? -añade Josefina-. Sin duda alguna, que sean felices”.

Además de alfabetización, Altamira ofrece múltiples posibilidades de formación, desde pintura, bolillos, literatura, psicología, gimnasia o sevillanas, hasta un taller de informática. Pedro Félix González, secretario de Altamira está ahora formando a los profesores de este taller. “Ya hemos aprendido a domar el ratón. Ahora estamos peleándonos con los textos. Hoy hemos estado media hora larga para cambiar de color un párrafo, el tamaño de letra… Otra práctica entrañable fue buscar su pueblo. ¡A mí me ha salido! dicen, como si fuera magia. Yo les digo: ‘Pero porque lo has hecho bien’”.

“Son gente que ha sufrido: son lo que lleva el sandwich dentro: machacado por arriba y machacado por abajo, -cuenta la presidenta-. Ellas exigen de lo que han carecido: siempre han sido las últimas. Yo les digo: ahora tienes que empezar a aprender a vivir. Si tienes un filete y viene tu hijo se parte a la mitad. Ellas han luchado por el hijo, por el marido… por todos”. Pero hay muchas alumnas que llevan años y han hecho grandes progresos. Algunas que entraron sin saber lerestudian ya la generación del 27, y entraron sin saber leer.

Más información sobre la asociación: www.aulaaltamira.com

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