domingo, 22 de marzo de 2009

EL CASO DE MARTA DEL CASTILLO



Reconozco que a veces me pierdo. Intento, por su interés seguir el desarrollo de las investigaciones en torno al crimen de Marta del Castillo pero a estas alturas uno siempre tiene que volver atrás, como en las novelas, para recordar el nombre de los personajes, las tramas, lo que dijeron y lo que dejaron de decir. Se está dando muy buena información sobre un caso que es de impacto público. Pero en paralelo también se está ofreciendo otro tipo de información deleznable, indigna de la profesión que ocupa fundamentalmente horas y horas de la pequeña pantalla y de los programas de la crónica rosa que, cuando se convierten en espacios de crónica negra resultan ser de crónica marrón oscuro. Esta semana de nuevo el domicilio donde se produjo el asesinato quedó convertido en un circo ante la presencia de los implicados. Alguna enfermedad social debe existir para que haya gente dispuesta a colaborar en estos espectáculos. El último detalle de los interrogatorios, la retractación del presunto criminal confeso y la imputación de un menor de edad como autor de la muerte ha metido el caso en una espiral que además de poco comprensible es tremendamente peligrosa. A muchos nos huele a planificación detallada. Ahora tiramos el cadáver al río, ahora lo dejamos en un contenedor, ahora fui yo quien le dio con un cenicero, ahora fue el niño de catorce años que si lo condenan estará en poco tiempo en la calle; ahora esto, ahora lo otro. Puede que, como dijo el Defensor del Pueblo José Chamizo, estos chavales se hayan chupado todos los episodios del CSI y estén jugando ahora con todo lo que han aprendido. Sería en todo caso lo menos preocupante. Lo más preocupante estaría en esos territorios no siempre bien definidos de las defensas. La profesión y el ejercicio de la abogacía están llenos de nobleza. Aunque a veces hay quien no entienda como una persona puede defender a un criminal confeso, presunto, sobre la abogacía descansa uno de los pilares fundamentales que garantizan los derechos de las personas. Ser abogado de los implicados no debe ser un plato de gusto. Y tal vez para que quede claro que la última versión del principal encausado, la implicación ahora del menor, tenga que ver con una estrategia de la defensa, el abogado ha arrojado la toalla. Ha sido un gesto que a muchos nos ha devuelto la confianza con el noble oficio. Porque un abogado es un defensor, nunca un cómplice.

FRANCISCO J. LÓPEZ DE PAZ

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