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domingo, 22 de marzo de 2009
MEYER: "SUPERÉ LA AMPUTACIÓN DE UNA PIERNA Y EL CÁNCER"
Don Meyer, en una de sus sesiones de rehabilitación.
El célebre entrenador demostró ser un luchador nato
Es famoso por su tácticas para educar a los jóvenes
No son galácticos ni han firmado contratos millonarios, pero los miembros del equipo de baloncesto Wolves (‘lobos’), de la Universidad Northern State de Dakota del Sur, han protagonizado una historia educativa y conmovedora; de esas que muestran con toda su grandeza la cara más amable del deporte.
El pasado mes de septiembre el equipo al completo se dirigía a una concentración deportiva. Conformaban una caravana de varios coches encabezada por Don Meyer, un veterano profesional que ostenta el récord del entrenador con más victorias conseguidas (903). Meyer, de 64 años, debió de quedarse dormido al volante y chocó frontalmente con un camión. Dos miembros del equipo, Matt Hammer y Brett Newton, corrieron hacia el vehículo tras el accidente. Hammer reconocería más tarde que, por la magnitud del accidente, sabía que podía haber ocurrido lo peor: “Mientras corría hacia el coche, me iba preparando por dentro; sabía que podía encontrar muerta a una de las personas más importantes en mi vida”. Cuando Hammer llegó al vehículo, ya había dos jugadores con Meyer. Estaba vivo, pero atrapado por el volante y aturdido. Al instante, volvió en sí y preguntó: “¿Estáis todos bien?”. Nadie excepto Meyer estaba herido.
Hasta aquí una situación como tantas otras día tras día en las carreteras. A partir de aquí, la actuación de un grupo entrenado y educado en la metodología Meyer. Un equipo que salvó la vida de su líder. En los entrenamientos Meyer repetía machaconamente a sus jugadores: “No agrandéis los problemas. Determinad qué pasa, qué hay que hacer, y hacedlo”.
Uno de los jugadores llamó inmediatamente a emergencias, otro se encargó de organizar el problema de tráfico que estaba causando el accidente y otros dos atendieron a Meyer desde el lado del copiloto. Le liberaron de la presión del cinturón de seguridad y le ayudaron a respirar con normalidad. Meyer tenía todas las costillas rotas, el bazo destrozado, el hígado dañado y su pierna izquierda convertida en una masa informe bajo la rueda. Dos jugadores -los que estaban más cerca de Meyer- comenzaron a rezar el Padre nuestro, y el resto se unió. Estuvieron más de veinte minutos esperando que llegara la ambulancia, y Meyer empezó a quejarse de lo cansado que estaba. “Tengo que dormir”, dijo.
Entonces, uno de sus chicos comenzó a gritarle de la misma manera en que tantas ocasiones él les había gritado. “¡Concéntrese, no se duerma! ¡Recuerde que somos duros!”, gritaba sin parar. Porque Meyer era firme, desgarrador en ocasiones; la dureza era su manera de enseñar y obligaba a sus chicos a esforzarse, a seguir las reglas y a mantener la disciplina, acosándolos desde las líneas de la cancha. Los gritos mantuvieron despierto al entrenador hasta que llegó la ambulancia.
Cuando llegó al hospital, además de las lesiones en la pierna, el bazo y el intestino, los médicos descubrieron un cáncer. Decidieron esperar a que estuviera algo recuperado para comunicarle la enfermedad, aunque cuando le explicaron las lesiones de la pierna, había reaccionado muy bien: “Doctor, simplemente corte”, dijo entonces. Estuvo dos meses en el hospital, se sometió a ocho operaciones y a una dura rehabilitación. Delante de su cama puso una pizarra en la que escribió las mismas frases que había enseñado a los alumnos: hay que continuar, hay que estar por delante del dolor…
Su salida del hospital fue todo un aviso. Cuando alguien le preguntó si podría ir él solo con la silla de ruedas hasta la salida, Meyer contestó: “Iré lento, pero llegaré”. Llegó a casa acompañado de su mujer y al día siguiente se levantó a las 4:30 para trabajar.
Nunca concibió dejar de entrenar. El día después del accidente, cuando aún estaba en cuidados intensivos, habló con uno de sus subordinados y le dijo: “Vas a tener mucho trabajo durante un tiempo”. Meyer tenía claro que volvería y volvió. Durante su estancia en el hospital, el entrenador demostró que no sólo sabía dar buenos consejos, también sabía cumplirlos.
La ‘guía Meyer’ para padres: “Te quise lo suficiente”
Cuántas veces se ha oído a un joven reconocer que, desde que es padre, entiende más a los suyos propios, incluso los quiere más. Porque en ocasiones es difícil comprender la lógica que mueve a quien más te quiere. El entrenador Meyer intenta explicárselo a sus chicos con esta reflexión.
“Algún día, cuando mis hijos sean lo suficientemente mayores para entender qué determina la actuación de un padre, les diré: -Te quise lo suficiente como para preguntarte dónde ibas, con quién y a qué hora volverías a casa. -Te quise lo suficiente como para hacerte ahorrar tu propio dinero para una bicicleta aunque podía permitirme comprarte una. -Te quise lo suficiente como para callar y dejar que descubrieras por ti mismo que tu nuevo mejor amigo era un falso y un adulador. -Te quise lo suficiente como para hacerte volver al supermercado con la chocolatina abierta y decir al dependiente: ayer robé esto y quiero pagarlo. -Te quise lo suficiente como para vigilar durante más de dos horas mientras limpiabas tu cuarto, cuando yo lo habría hecho en 15 minutos. -Te quise lo suficiente como para dejarte ver enfado y lágrimas en mis ojos. Los niños tienen que aprender que sus padres no son perfectos. -Te quise lo suficiente como para dejarte asumir las consecuencias de tus actos, incluso cuando eran tan duras que casi rompían mi corazón. -Pero, sobre todo, te quise lo suficiente como para decirte ‘no’ sabiendo que me odiarías por ello. Ésas fueron las batallas más difíciles y estoy orgulloso de haberlas ganado porque, con ellas, también ganaste tú”.
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