LA PASCUA DE BENEDICTO XVI
Sin la resurrección, el vacío acabaría ganando
Por José Luis Restán
Sabido es que la liturgia es para Benedicto XVI el centro de gravedad de su ministerio, de su enseñanza y de la vida entera de la Iglesia. Por eso hay que atender especialmente a su predicación en las fiestas centrales del año cristiano.
Porque en esa predicación se concentra la enseñanza que él quiere privilegiar ante la situación que atraviesa la comunidad cristiana y el mundo en el que vive, y porque esa preocupación es para él la primera y fundamental forma de gobierno.
Así durante la Vigilia Pascual el Papa ha descrito con ayuda de las imágenes bíblicas la condición paradójica de la Iglesia en su caminar por la historia, una situación que él mismo ha calificado como "humanamente contradictoria en sí misma". Por un lado la Iglesia camina siempre sobre el mar, a través del fuego y el frío (la imagen está tomada del Apocalipsis) y considerándolo humanamente debería hundirse. No es difícil descubrir en este pasaje las resonancias de tantas hostilidades, incomprensiones y ataques como recientemente ha sufrido el propio Benedicto XVI, y en su persona todo el cuerpo de la Iglesia. Humanamente hablando, es decir, haciendo el cómputo de su poder y su influencia en comparación con los de quienes la atacan, la Iglesia estaría destinada al hundimiento, a esa derrota histórica que tantas veces han anunciado y cantado sus enemigos.
Pero mientras camina por estas aguas amenazantes de la historia, la Iglesia se agarra a la mano del Señor que ha resucitado, y que la mantiene a flote. Es como si se encontrara entre dos campos de gravitación, sólo que desde que Cristo ha resucitado la gravitación del amor es más fuerte que la del odio, y así se explica que a pesar de todos los cálculos que la daban por muerta ella siempre reaparece con una inesperada renovación. Permanece siempre la impresión (y aquí el mensaje del Papa en relación con los sucesos de los últimos días es elocuente) de que va a hundirse, pero resulta que ella está sujeta en última instancia por la mano del Señor que ha vencido a la muerte. No es una interpretación voluntarista y piadosa, sino una mirada de fe (y por tanto de razón abierta y disponible a reconocer el fondo de la realidad) a la propia historia, capaz de dar cuenta de su desarrollo tantas veces misterioso.
Ya el domingo, y ante una multitud que desbordaba la plaza de San Pedro, el Papa centró su felicitación pascual en proclamar que la certeza de la Iglesia sobre la resurrección de Cristo no se basa en simples razonamientos humanos (no es fruto de una filosofía) sino que se basa "en un dato histórico de fe". Con especial vigor, Benedicto XVI respondía así a las interpretaciones que pululan en algunas obras teológicas y que tienden a vaciar la sustancia de la esperanza cristiana: "no es un mito ni un sueño, no es una visión ni una utopía, no es una fábula sino un acontecimiento único e irrepetible, Jesús de Nazaret, hijo de María, que en el crepúsculo del viernes fue bajado de la cruz y sepultado, ha salido vencedor de la tumba". Sin duda el Papa trabaja afanosamente en la segunda parte de su libro que abordará precisamente este núcleo de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Sabe que parte esencial de su ministerio es proclamar razonablemente esta certeza, que es la única que explica el ser de la Iglesia en medio del mundo y su misión, y sabe cuántos son los peligros que acechan hoy a esa certeza en el corazón mismo de los fieles.
Después el Papa ha girado la mirada hacia las oscuridades y los anhelos del presente. Sólo la luz que procede de la resurrección tiene el poder de iluminar las zonas oscuras de nuestro mundo: la carestía de alimentos, el desbarajuste financiero, las violencias y miserias que obligan a tantos a abandonar su tierra, el terrorismo siempre amenazante, el miedo creciente ante un porvenir cada vez más problemático... El sentido de la nada, ha dicho Benedicto XVI, tiende a intoxicar a la humanidad, haciendo que desparezca la esperanza, y realmente, si Cristo no hubiera resucitado "el vacío acabaría ganando". Por eso la única novedad que la Iglesia puede brindar al mundo es esta Luz que cambia realmente la vida de quienes la acogen, que hace ya nueva su forma de vivir y de construir. Hombres y mujeres dispuestos a afianzar en el mundo la victoria de la Pascua con sus mismas armas: la justicia y la verdad, la misericordia, el perdón y el amor. No es una proyección utópica, es una realidad ya presente que los grandes de la tierra pueden considerar insignificante, pero que incide indomablemente en nuestra vida de todos los días. Y es que aunque la barca atraviese mares encrespados, hay Uno que la sostiene y que la convierte en faro de esperanza para todos los que no han cedido al empuje de la nada.
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