"10 Reglas de oro para comunicarse con su hijo adolescente"
La adolescencia suele ser una época en la que, tradicionalmente, se suelen plantear problemas de comunicación entre padres e hijos. La realidad suele ser bien distinta a lo que cabría esperarse: en numerosas ocasiones ante el advenimiento de los problemas propios de la adolescencia queremos establecer de manera urgente lazos de comunicación con quien no lo hemos hecho durante los últimos años.
Ellos, los adolescentes, suelen confesar que no se sienten relacionados o vinculados con sus padres o mayores y consideran que con frecuencia que estos hablan un lenguaje diferente, incomprensible o que, simplemente, no les llega. Suelen atrincherarse en posiciones intransigentes y rígidas que impiden el acercamiento, la comunicación y el intercambio.
Uno de los principales ejes para poder entenderse es comprender que la comunicación es, en definitiva, un intercambio de sentimientos en el que dos mundos se encuentran. Algunos padres reducen lo que ellos llaman “comunicación” a un simple interrogatorio, lo que da lugar a respuestas monosilábicas del tipo “si” o “no”.
Los seres humanos nos diferenciamos del resto de los seres vivos por nuestra gran capacidad de comunicación, y por los resultados a los que esta comunicación nos ha llevado. Sin embargo, son numerosas las ocasiones en que la comunicación se ve disminuida por comportamientos negativos aprendidos durante la vida, ya sea porque nos dejamos llevar por una falsa lógica, o porque fácilmente cedemos ante nuestros impulsos más primitivos.
En esta especial época de la vida no basta que queramos comunicarnos, es necesario que ellos también lo deseen por lo que resulta básico tomar en consideración una serie de sencillas reglas basadas en la experiencia cotidiana de muchas familias, que pueden ayudar en la comunicación con hijos adolescentes.
1.- Darles oportunidad de ser responsables, delegándole responsabilidades.
Para eso tienen que saber que se confía en ellos y les consideramos capaces. La mejor forma de que aprendan lecciones es enseñarlas a otros, por eso es tan eficaz el que se haga responsable, por ejemplo, del cuidado de un hermano pequeño, en ausencia de sus padres o el que le explique una materia del colegio en la que necesita ayuda. Una de las mejores maneras de hacerles entender el sentido de la responsabilidad es la de hacer, por ejemplo, que ellos mismos se autoimpongan una hora de llegada a casa. Una vez discutido el objetivo a cumplir, en este caso la hora, debe de vigilarse su cumplimiento. Habitualmente, cuando el adolescente no cumple suele notar un sentimiento de vergüenza que, por sí solo, suele ser suficiente para que él mismo corrija lo ocurrido.
En otras ocasiones, colaborar en las gestiones familiares suele ser una buena actividad para desarrollar la responsabilidad. Por ejemplo, acudir al banco a pagar un recibo, o bien, realizar alguna gestión telefónica relativamente complicada que le acerque al mundo de los adultos y que toda la familia sepa que se confía en el o ella.
2.- Comuniquemos a nuestros hijos cómo nos sentimos. Resulta de suma importancia escuchar las opiniones y ser sensible a los sentimientos de nuestros hijos. Sin embargo no debemos de olvidar que ellos también aprenden de la forma en que nosotros sentimos o hacemos expresión de los mismos.
Es una buena idea expresarles nuestros propios sentimientos y hacernos oír. Puede resultar reconfortante transmitirles nuestras alegrías y buenos momentos pero no debemos ocultar nuestro cansancio o los malos momentos. Esta dualidad en la comunicación es imprescindible para lograr la confianza del adolescente porque constituye el verdadero diálogo.
Muchos padres creen perder su prestigio cuando pretenden transmitir a sus hijos que son personas de carne y hueso: que se cansan y tienen buenos o malos momentos. Lo sorprendente es que, muy probablemente, es con esa persona con las que querrán comunicarse no con el padre o la madre ideal que hemos querido construir.
3.- Mayor participación en las discusiones, alegrías y preocupaciones de la familia. Haga que el adolescente participe en todas estas materias. Una queja habitual del adolescente suele ser: “No me toman en cuenta” o “no me cuentan nada”.
Es mucho más frecuente de lo que se cree ocultar a nuestros hijos los problemas económicos o la enfermedad de un pariente cercano.
La primera sensación del adolescente es la de falta de confianza por parte de la familia. Ese hecho suele redundar en una importante reducción de la autoestima. El adolescente fantasea: “si no cuentan conmigo es que no valgo lo suficiente para ello”. Incluso, en hechos aparentemente banales como escoger el lugar de vacaciones debiera tomar en consideración, como es lógico, la opinión de todos los miembros de la familia.
En otras ocasiones, al ocultarle información, el adolescente puede imaginarse que algo terrible está pasando, incluso exagerar en su mente las circunstancias reales por lo que su preocupación vaya en aumento.
La solución al problema es, obviamente, aumentar el caudal de comunicación y de información. Esto unido a la primera regla– generar responsabilidad- ayudará al proceso de maduración del adolescente mediante un mayor nivel de involucración en las situaciones familiares.
Mediante estas muestras de confianza les haremos sentir que son dignos de nuestra confianza, ellos se considerarán adultos y merecedores de otros privilegios familiares.
4.- Sinceridad en el planteamiento de los problemas. Predicar con el ejemplo, estableciendo unos niveles de demanda moral lo más elevados posibles. Las situaciones suelen ser variadas como, por ejemplo, una falta de respeto a otro miembro que bien puede ser un hermano o una amistad. En ocasiones una mentira, un hurto – coger dinero sin permiso – no deben ser nunca pasadas por alto.
La tendencia natural de la familia suele ser insinuar u obligar al ofensor a pedir disculpas pero, muchas veces, no basta con pedir perdón sino compensar con algún detalle la falta que ha cometido.
En este tipo de conducta debemos ser inflexibles ya que si la pasamos por alto interpretará que somos indiferentes a la misma o que no nos importa lo que hace.
La sinceridad en el planteamiento del problema será fundamental en la comunicación con nuestro hijo. Transmitirle el malestar y su discordancia con los valores familiares le servirá como punto de referencia vital y de conocer sus anclajes de valores. No tengamos miedo en transmitírselos. Son fundamentales en su vida.
5.- Armonía en la comunicación. En todas las edades, pero aún más en la adolescencia, es importante el hecho de que los hijos vean que padre y madre van en la misma línea de exigencia. La formación de un frente unido para la batalla diaria debe ser el eje de la familia. No deben existir dobles mensajes o falta de sintonía entre los progenitores. La filosofía de un “poli malo” frente a al “poli bueno” suele provocar desastres en la confianza familiar y romper los cauces normales de comunicación. El que uno de ellos, por ejemplo, acceda a las pretensiones de uno de los hijos a espaldas del otro puede crear alianzas sumamente perjudiciales para la comunicación de toda la familia.
Temas diarios como ir a dormir a casa de los amigos, realizarse un nuevo “piercing” o irse de vacaciones, por primera vez, lejos del control familiar debe de ser realizado dentro del propio consenso familiar. No olvidar, además, que lo que hagamos con los hijos mayores será observado y tomado como referencia por los hijos de menor edad.
6.- Esperemos de ellos sólo lo mejor y...digámoselo. Sin crear un ambiente de exigencia continua no es mala idea el convencer a nuestro hijo que no se conforme con el estado actual de comunicación. No establecer, en ningún caso, la mediocridad como parámetro de medida.
Debemos evitar una serie de expresiones en relación a nuestro nivel de comunicación:
· “Así está bien. Aunque no es lo mejor, es lo más que podemos lograr”.
· “¿Para que intentarlo si no habrá diferencia alguna?”.
Podrían parecer dictadas por el sentido común pero debemos influir sobre esta filosofía de comunicación con el objetivo de cambiarlas. Resulta llamativo como muchas personas renuncian a la excelencia porque creen no merecerla o porque creen no poder obtenerla. Muchos se niegan a sí mismos la simple oportunidad de generar dicha situación. En otros casos tendemos a repetir las mismas pautas de conducta que hemos heredado de nuestros padres.
Si transmitimos a nuestros hijos que esperamos lo mejor de ellos nos sorprenderá que, a menudo, se esfuercen para alcanzar nuestros objetivos. En relación a este objetivo podemos añadir que nunca debemos hacer el trabajo que le corresponde a nuestros hijos ya que estaríamos transmitiendo un mensaje nefasto: “no espero que cambies ni que mejores la calidad de tu labor.”
7.- Escoja un momento y un ambiente adecuado para poder comunicarse. Muchas veces con la ansiedad de querer comunicar algo con premura no somos cuidadosos a la hora de escoger el sitio y el momento para hacerlo. No es buena idea intentarlo, por ejemplo, en ambientes plagados de ruido. Debemos, además, buscar lugares en los que todos nos encontremos cómodos. Apagar la televisión y escoger momentos en los que preveamos no recibir visitas. Discutir aquellos temas que pudieran resultar conflictivos deben de reservarse para horas matutinas o de tarde. Por la noche, debido a la reducción de nuestras facultades psicológicas no parece ser buen momento para establecer discusiones.
8.- Cuide el lenguaje corporal. Sentarse lado a lado en un sofá es una buena estrategia cuando debemos discutir algún tema que pudiera generar suspicacias o enfrentamiento con el adolescente. Relajarse, recostarse y transmitir tranquilidad será beneficioso a la hora de comunicarse con nuestro hijo o hija.
Cuando deseemos planear alguna actividad junto a nuestro hijo nos podremos sentar en una mesa, frente a frente, para discutir el tema a tratar. Los brazos deben de permanecer abiertos y, como mucho, entrelazar los dedos. Cruzarse de brazos suele ser interpretado como una actitud de rechazo, indiferencia o incredulidad. Enfóquese mentalmente en la otra persona. Mírele directamente a los ojos. Observe sus expresiones faciales, su lenguaje corporal. Eso le hará sentir a su hijo que usted está interesado en todos sus gestos. Siéntese en actitud de escuchar.
Hable de manera lenta y sencilla. No debemos exasperarnos si no obtenemos una respuesta de manera rápida o con el contenido que esperábamos. La manera a como reaccionemos a su respuesta le dará a nuestro hijo una pauta de comportamiento en la comunicación con otras personas. Le estamos educando en la comunicación.
9.- No haga referencias al pasado. Enfoque la conversación tan solo en visitas al futuro utilizando lo ya ocurrido como mera referencia y nunca como un reproche. En la adolescencia la nueva situación social del desarrollo se torna más difícil y compleja para el sujeto, y por otra parte hay un mayor desarrollo intelectual. A través de una buena comunicación es necesario que los adultos con que convive, contribuyan a enseñarle la principal asignatura de la vida: saber afrontar, comprender y resolver acertadamente, mediante el pensamiento reflexivo y creativo, los problemas y tareas que la vida le plantea diariamente (sociales, escolares, amorosos, vocacionales, profesionales, etc.).
10.- Capacitarles para hacer elecciones y para elaborar los planes y proyectos de vida.
Es esencial para el desarrollo de la personalidad del adolescente, establecer una jerarquía de valores y proponerse objetivos o metas que orienten y den sentido a su vida y que le permitan hacer elecciones, tomar decisiones y hacer planes de vida. Los adultos deberíamos, para ayudar a los adolescentes en ese empeño, proporcionarles asistencia, oportunidades, experiencias, valores, ejemplos y modelos que les posibiliten la elaboración de sus ideales y planes de vida en sus diversos sectores (personales, familiares, sociales, vocacionales, laborales). En cada una de estas áreas de la vida las situaciones concretas les plantean a los adolescentes opciones, encrucijadas, dilemas, ante los que deben tomar un rumbo, una ruta.
Los adultos que los atienden deberían ayudarlos, no diciéndoles la elección que hay que hacer o la decisión que convendría tomar, sino preparándolos, capacitándolos para que aprendan a pensar, juzgar y actuar por sí mismos, iluminándoles los caminos que enfrentan, por la mayor experiencia que tienen los adultos, pero alentándolos para que los jóvenes escojan, asuman posiciones y den los pasos responsablemente.
CUADROS
La obediencia está muy relacionada con el cariño y el cariño se fomenta con el conocimiento real de una persona. Un adolescente que quiere a sus padres puede desobedecerles, pero se sentirá muy mal al hacerlo, el cariño a sus padres hará que él mismo se proponga rectificar.
“Desearía que mi madre me hubiese castigado alguna vez. Parece que no le importa lo que hago”. Testimonio real.
Los hijos aprenden muy pronto la divisa "divide y vencerás"; También saben distinguir muy bien cual de las partes, ese día, está agotado y -al no tener ganas de pelea tiende por el camino más fácil, que es ceder a su petición- con lo cual a la opinión contraria la pone en una situación conflictiva.
Goethe, el filósofo alemán, decía: “trata a la gente como si fueran lo que deberían ser y estarás ayudándolos a convertirse en aquello que son capaces de ser”.
¿Cuántas veces ha sentido que nadie comprende lo que expresa? ¿Ha escuchado alguna vez discusiones inútiles entre dos personas que, desde el punto de vista suyo, defienden lo mismo sólo que usando diferentes palabras?
A través de la convivencia viva y directa con sus congéneres y mayores el adolescente puede aprender —si los ejemplos son positivos y cooperativos— la regla de oro de las relaciones humanas: “Hacer a los demás lo que quisiéramos que nos hagan y no hacer a los otros lo que no desearíamos que nos hicieran”.
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