viernes, 8 de mayo de 2009

LOS HÁBITOS

Crear hábitos


SUBTITULO: Las herramientas para una vida feliz y exitosa.



Autor: José Miguel Gaona

Psiquiatra. Master en psicología.


Entradilla:



El niño que aprende hábitos convierte su vida en algo mucho más llevadero que no depende de sus estados de ánimo.



Texto:



Los primeros años de Alejandro fueron un verdadero quebradero de cabeza para sus profesores: acudía al colegio sin hacer los deberes, presentaba un fuerte retraso en la escritura y lectura, amén de una intensa falta de capacidad para concentrarse en prácticamente cualquier actividad intelectual. El chico de tan solo 7 años vivía en una familia donde la desatención tanto por parte de la madre, que sufría un problema de alcoholismo y del padre que trabajaba casi todo el día habían provocado la casi inexistencia de cualquier hábito saludable. El padre decidió tomar las riendas de la situación y comenzó a instaurar, lentamente, ciertos hábitos necesarios para llevar una vida feliz y sentar las bases de un comportamiento sano. En primer lugar estableció unos horarios que salvaguardasen las actividades propias de cualquier niño: hora de irse a la cama fija y sin discusiones, franja horaria de estudios, higiene diaria obligatoria y cierto orden en su habitación propio del sentido común. En tan solo unos meses, Alejandro comenzó a encontrarse más cómodo, al conocer sus límites. Aumentó su autoestima al rendir mejor en el colegio y, sorprendentemente, disminuyó su nivel de ansiedad debido a la sana estructuración de hábitos en la que se vio sumergido. Paradójicamente, el chico fue capaz de aceptar, progresivamente, tareas más complejas y realizarlas con menor rechazo. La semilla de los hábitos había germinado.



Imaginemos, por un momento que nuestro devenir diario no se encontrara sometido a ciertas costumbres adquiridas desde la infancia. Que nuestra higiene diaria fuese cuestionada dependiendo de otras prioridades aparentemente más importantes que, caprichosamente, se hubiesen presentado ese día. O bien que nuestro sentido de la puntualidad dependiese de cómo nos sentimos ese día respecto a un compromiso determinado. Nos solo no podríamos alcanzar muchos de nuestros objetivos diarios sino que tampoco sabríamos que esperar del comportamiento de nuestros familiares, vecinos, amigos o de nosotros mismos.





¿Qué es un hábito?




Son un conjunto de disposiciones, habilidades y pautas de comportamiento que van a favorecer un modo de vida más positivo.

Lógicamente tenemos que luchar para que estos hábitos que adquieren nuestros hijos estén solidamente fundamentados en una línea positiva para que, en conjunto, constituyan una herramienta que favorezca la supervivencia y el bienestar. Instaurándolos eliminaremos resultados aleatorios que dependen de elecciones caprichosas: “prefiero dejar para más tarde tal cosa”, “en realidad da lo mismo hacerlo que no”. Por el contrario, el haberlos practicado desde la infancia hará que nuestros hijos posean las destrezas necesarias para que les sea mucho más fácil acometer múltiples tareas allí donde para otros constituye un gran esfuerzo.





¿Cuando se debe comenzar a instaurar los hábitos?



El mejor momento resulta ser en los primeros años de crecimiento y, sin lugar a dudas mediante el apoyo de los padres ya que se necesita que los niños fijen toda su atención en la tarea que están desempeñando.



Los niños son, literalmente, lo que queremos que sean por lo que debemos crear hábitos desde el principio de su existencia. Instaurarlos progresivamente pero no esperar a que ya sea demasiado tarde o en fases que no se correlacionan con su desarrollo personal.



Por ejemplo, los hábitos de estudio deben hacerse coincidir con el inicio de la educación de nuestro hijo. Pero anteriormente a este hecho es una buena idea promover la concentración y cierta capacidad de esfuerzo mediante la realización de tareas pre-escolares básicas: colorear o completar figuras. Otro ejemplo: la higiene bucal debe comenzar desde el mismo momento de la aparición de la dentadura pero ya previamente, desde el instante de cambiar los pañales debemos de haber transmitido la relación que debe existir entre bienestar e higiene a través de la actitud que observan en nosotros, sus padres, mediante nuestra actitud personal hacia este hábito.





¿Cómo se promueve la existencia de hábitos?



Ser consecuentes con la edad del niño: “A cada edad inculcar un hábito proporcional”. Previamente, o mejor dicho al unísono con el establecimiento de hábitos se deben ir estableciendo normas y límites. Estas no deben ser impuestas sino consensuadas o, al menos explicadas, con objeto de generar un vínculo de confianza que facilite las relaciones y cree un espacio para construir juntos una serie de rutinas. Mediante las “normas” podremos establecer “hábitos”. Respecto a los más pequeños, hasta los dos años de edad: tener paciencia ante las “rabietas” y exigirles que obedezcan sin la necesidad de conocer todos los argumentos. Sin embargo, cuando los niños son mayores debemos de pactar con ellos y llegar a acuerdos que les favorezcan.



Explicar desde que son unos bebés el porqué hacemos las cosas: “te cambio el pañal porque quiero evitar que se estropee tu piel”. Recordar a este respecto que el niño adquiere primero, en mayor medida, la capacidad de entender antes que la de expresarse.



En el caso del estudio, por ejemplo, es importante que el lugar siempre sea el mismo, de manera que el niño se sienta familiarizado con su entorno. La hora de su realización es importante a la hora de asociar un momento de la jornada con una actividad determinada. Los días que no tenga labores escolares puede sentarse un periodo de tiempo más breve a, por ejemplo, ordenar su escritorio.



Evitar los elementos distractores: Debemos centrarnos en el hábito que queremos instaurar. Las distracciones son especialmente nocivas para desarrollar hábitos. Por ejemplo, en el caso de los estudios, cualquier elemento que le haga perder concentración evitará que el hábito quede “fijado” y, en consecuencia, pierda la atención.

Ciertos hábitos higiénicos como el momento de “ir al baño” adquieren especial importancia en los niños más pequeños. Evitar que lo hagan con juguetes en la mano o con revistas para “distraerse” mientras se encuentra en el inodoro. Algunos arrastran ese “mal hábito” el resto de su vida…



Repetir la conducta o actividad que queremos se convierta en hábito: Mediante la práctica la tarea se va convirtiendo en progresivamente más fácil de realizar.

Aquellos hábitos que se encuentren especialmente relacionados con una hora del día determinada pueden apoyarse para su cumplimiento en el reloj. Personalmente tengo menos discusiones con mis hijos, especialmente con el pequeño, cuando le pongo sobre la mesa un reloj y le digo, por ejemplo, “a las 9 y media a la cama” en vez de discutir con él a esa misma hora. Es un pequeño truco psicológico: descargamos el conflicto sobre el reloj y no sobre nosotros.



Sin embargo, bajo ciertas circunstancias se pueden ofrecer opciones, por ejemplo: “¿prefieres ducharte antes o después de cenar?



Premiar el esfuerzo realizado. Además de la supervisión de los hábitos no es un factor menos importante, especialmente en los primeros momentos de instauración, el premiar el esfuerzo realizado. Por ejemplo, el niño puede irse a jugar tan sólo cuando haya ordenado y guardado todos sus enseres escolares en su mochila preparada para el día siguiente. Sin embargo, por ejemplo, es importante no asociar el estudio con premios materiales o castigos. Resulta más importante generar la motivación por aprender más que por conseguir un regalo o evitar algo negativo. En todo caso, una dosis de reconocimiento de la labor efectuada puede mostrarse mediante el afecto: darle un beso, abrazo o caricia. Por supuesto que una clara felicitación debe formar parte de cualquier refuerzo de un hábito determinado: “¡hoy lo has hecho fenomenal, sigue así!”. En casos excepcionales podemos premiarle compartiendo, junto a él, alguna partida de algún juego suyo favorito.



Ejemplificar el hábito. ¿Cómo vamos a promover, por ejemplo, el ser puntuales si nuestros hijos observan, justamente, lo contrario? Es posible que no nos apercibamos de ello pero nuestros hijos son notarios e imitadores de todas nuestras conductas. Más aún, la sinceridad en la manera que realizamos dichos hábitos es también percibida por aquellos a quienes queremos dar ejemplo. Si para inculcar una determinada conducta necesitamos fingir quizás lo mejor sea desistir de nuestro intento. Por este motivo, los adultos han de ser coherentes y respetar también las reglas. Es decir, si no queremos que el niño diga palabras malsonantes tampoco nosotros hemos de decirlas. La trasgresión de estas pautas puede implicar la imposición de un castigo adecuado. Sin embargo, no se trata de desaprobarle a él como persona, sino de castigar esa conducta determinada.

A este respecto, la idiosincrasia familiar y su actitud ante fomentar valores nos servirá para alimentar ciertos hábitos. Por ejemplo, si en nuestra familia se presta especial importancia a la buena imagen frente a nuestro entorno será, pues, mucho más sencillo inculcar hábitos respecto a la higiene o buenos modales. Debe existir, en definitiva, una coherencia entre actitudes, valores y hábitos que deseemos promover.



Seguridad y claridad. Son dos valores que deben impregnar lo que deseamos transmitir. Ambos padres deben estar de acuerdo en lo que le decimos a nuestro hijo, utilizando una voz segura y mirada firme. No puede ser que intentemos fomentar, por ejemplo, el orden y que, sin embargo, dejemos pasar frecuentemente que la habitación no se encuentre en buen estado. A este respecto no podemos dejar de mencionar que la aplicación de límites en su conducta otorga al niño, contrariamente a lo que muchos pudieran pensar, una intensa sensación de seguridad ya que sabrá perfectamente dentro de que terrenos resulta aceptable moverse.

En los más pequeños dirigirse a ellos de manera muy concreta. No decirles que se “porten bien” sino indicarles con claridad la tarea que promueve el hábito determinado, así como su finalidad. Por ejemplo: “Recoge tus juguetes para que tengas el cuarto ordenado”, o bien “lávate los dientes para que no se estropeen”.



Exigencia pero también tiempo para descansar. Muchas veces nos olvidamos del necesario descanso. Aparentemente es la antítesis de lo que queremos instaurar pero fácilmente comprenderemos que si el niño está cansado muy precariamente podremos fijar en su mente una conducta determinada.



Tener paciencia. Por último, ser conscientes que debemos armarnos de paciencia ya que la adquisición de un hábito es un proceso lento. Sus resultados no se verán de inmediato sino a largo plazo, pero sus beneficios durarán toda la vida.





¿Qué conductas positivas pueden convertirse en habituales?



Estudios. Acometer los estudios con la máxima desenvoltura es uno de los mayores anhelos de numerosos padres. Apoyar al niño a desarrollar un hábito significa apoyarle en sus trabajos y estudio. Inicialmente, esto no implica realizar las actividades por él, sino responder sus dudas, ayudarlo a recopilar material o indicarle dónde debe buscarlo. Todo ello le ayudará a organizar su trabajo, lectura o estudio. De esta forma lo motiva a estudiar y aprender. Realizarlo de forma conjunta a partir de los 7 años le ayudará a adquirir un hábito y responsabilidad por sus tareas del colegio. Sin embargo, debemos ir dejándole solo en el desempeño de sus labores para impregnarle de la sensación de independencia y responsabilidad.



Alimentación. Comer bien es un problema de salud de primera magnitud. No es necesario ahondar en temas como la obesidad, bulimia o anorexia tan familiares para todos. La mejor manera de inculcar buenos hábitos a este respecto es transmitir las cualidades de cada alimento y, sobre todo, compartir el momento de la comida con nuestros hijos. Si es posible, servir porciones pequeñas pero continuas a lo largo del día. Muchos niños disfrutan participando en la elaboración de los alimentos. Al tiempo que practican la cocina también aprenden acerca de las propiedades de los nutrientes. Es un buen momento para iniciarles en el ahorro y valor simbólico de los alimentos: guardar las sobras y reciclarlas en otro momento. No ver la televisión mientras se come. Estamos anulando la percepción de olores y sabores de lo que comemos así como desperdiciando uno de los mejores momentos del día para relacionarnos toda la familia.

Nunca usar los alimentos como premio o castigo. Puede conducir al niño a sufrir algún trastorno alimenticio.



Ejercicio físico. Es uno de los hábitos más descuidados en nuestro país cuando, en realidad, debería ser una constante en la creación de hábitos ya que favorece la salud tanto física como mental además de proveer una excelente oportunidad para compartir momentos con nuestros hijos. Una buena manera de hacerlo es mediante la compra de regalos que favorezcan el ejercicio: patines, bicicletas, pelotas, etc. Poner énfasis en lo divertido que resulta su práctica y no en la habilidad para practicarlo. Incluir la realización de deportes durante las vacaciones como el senderismo o la natación. Predicar con el ejemplo es otra forma de transmitir el hábito del ejercicio: utilizar frecuentemente las escaleras o evitar el coche para hacer esa compra en un almacén cercano. No hay que presentarlo como algo extenuante sino como una sucesión de pequeños cambios de actitud.



Higiene. Otro hábito que mejorará la supervivencia y calidad de vida de nuestros hijos. Ayuda a los niños a su inserción social y les brinda una sensación de seguridad e independencia. Resulta curioso mencionar que los niveles de salud respecto a la higiene presentan una mayor relación con los programas de educación integral familiar que con grandes inversiones económicas respecto a infraestructuras o campañas publicitarias que tan solo la favorezcan. Introducir la ducha diaria desde la más tierna infancia así como otros aspectos del cuidado personal: cepillado de dientes, cuidado de las uñas, corte de cabello, etc. Servirán no solo para mejorar la salud sino para crear una mejor imagen de sí mismo y reforzar la autoestima.

A partir de los dos años de edad hacer que el niño participe activamente de su limpieza personal. Por ejemplo, realizar comentarios acerca del buen olor que desprende su boca recién cepillada. Sonreír cuando acabe de lavarse las manos. En caso que no siga fielmente las indicaciones y se distraiga jamás utilizar el “no”, mejor decirle: “sí, pero también lavarse las manos”. Los resultados son mejores alentando la afirmación del hábito que insinuando un castigo: “que agradable es tener el pelo limpio, así estás más guapo”, en vez de: “como no te lo limpies te quedas sin televisión”.

La idea es asociar los beneficios de la higiene más que el castigo que conlleva no cumplirlos. Una vez más, el niño debe de ver que nosotros, sus padres, disfrutamos todas las acciones que conllevan poseer un buen nivel de higiene.





Sociales: puntualidad, cortesía. Son valores aparentemente a la baja pero, justamente por ese motivo son cada día más apreciados. Su cumplimiento facilitará la reciprocidad social y el éxito en las relaciones interpersonales. No hace falta obsesionarse con el reloj pero si hacerle notar al niño que el cumplimiento de un horario le facilitará la vida ya que optimizará su tiempo. Por ejemplo, dejar sus útiles escolares ordenados la noche anterior favorecerá que al día siguiente no pierda tiempo ante el apuro del autobús escolar. Comprarle un reloj analógico en vez de digital beneficiará su capacidad de interpretación de lo abstracto. Cuando tengamos visitas, especialmente de los abuelos, indicar al niño que debe levantarse tanto para ir a darles la bienvenida como despedirles hasta la misma puerta de entrada de la casa. Ello le hará sentir, además, que su presencia es importante en el desarrollo de la vida familiar y mejorará la percepción que tiene de su lugar en la estructura familiar. Incluso le permitirá apuntalar actitudes y ritos sociales que le serán de mucho beneficio en su vida diaria.



Seguridad: De ella, entre otras, va a depender literalmente su vida en el futuro. Hacerle ver que su vida es lo más importante para él y para los que le rodean. Una vez más, predicar con el ejemplo: ponerse el cinturón de seguridad nada más sentarse en el coche incluso antes de encender el motor. Observar que el haga lo mismo. No favorecer el visionado de películas o escenas que, aparentemente, son divertidas (tipo “Jackass”) pero que constituyen un verdadero desprecio hacia la seguridad y la integridad física. Si practica bicicleta utilizar casco. En el caso del patinete, protecciones articulares, etc.

No hace falta obsesionarse con la seguridad, simplemente integrarla de forma natural en nuestro quehacer diario.





Seguramente podríamos enumerar muchos más hábitos pero casi todos ellos cumplen pautas similares en las que, como padres, estamos involucrados.

La adquisición de hábitos hará la vida de nuestros hijos mucho más fácil y sencilla ya que las tareas se realizarán con mucha más fluidez. Lo que para otros será algo complejo y, muchas veces incomprensible, para nuestros hijos constituirá una herramienta ya engrasada que favorecerá su supervivencia y éxito personal y social.







Para saber más:



1 RITUALES PARA NIÑOS.Autores: P. Kunze - C. Salamander. Editorial Hispano-europea. 92 páginas. Precio: 12,5 €



2 LILA VA AL COLE. Autores: ESTIVILL, EDUARD y DOMENECH, MONTSE. EDICIONES BEASCOA, S.A. 40 páginas . Precio: 12,95 €



3 ¡A COMER!: METODO ESTIVILL PARA ENSEÑAR A COMER: DOMENECH, MONTSE y ESTIVILL, EDUARD. 160 páginas. Precio: 7,5 €







Frases: “Tan malo es imponer los hábitos como que no existan. Debemos transmitir a los niños que los hábitos tienen una razón, un sentido, que no son caprichosas imposiciones de los adultos”.







“TOP TEN” de los hábitos.



1- Sueño. Se adquiere desde que somos bebés. Se refuerza mediante horas fijas de “irse a la cama” y evitando jugar o leer en la misma.

2- Alimenticios. A partir de los dos años en que la dieta ya es francamente variada. Promover el comer de todo de manera natural y pobre en grasas. Las costumbres familiares pesarán el resto de su vida.

3- Higiene. Se adquieren desde que somos bebés. Sin embargo deben ganar importancia a partir que el niño sea más autónomo. Ducharse ellos mismos a partir de los cuatro años. Eso sí: vigilados. Dentadura desde que salen los primeros dientes. Comprarle cepillos con melodía de unos 3 minutos (el tiempo que debe durar el cepillado)

No hay comentarios:

Publicar un comentario