domingo, 3 de mayo de 2009

EL HEREJE DEL CAMBIO CLIMÁTICO

FREEMAN DYSON, EL SABIO QUE CONTRADICE A AL GORE
El hereje del cambio climático

Por Nicholas Dawidoff. Fotografías de Eugene Richards

A sus 85 años, este inglés se ríe de los ecologistas que siguen los postulados de Al Gore porque argumenta que «el cambio climático no es tan preocupante». Al reputado científico Freeman Dyson le tachan de loco e imbécil por asegurar que en Groenlandia «están encantados con el calentamiento global».


Durante más de medio siglo, el eminente físico Freeman Dyson residió discretamente en Princeton (estado de Nueva Jersey), en la antigua explotación agrícola, ahora cubierta de árboles, que es la sede del patrón para el que trabaja: el Institute for Advanced Study (Instituto de Estudios Avanzados), el colectivo con más sabios por metro cuadrado de Estados Unidos. Últimamente, sin embargo, desde su «salida del armario en lo que al calentamiento del planeta se refiere», tal y como el mismo Dyson se refiere a su postura sobre este tema, se ha montado un gran revuelo a su alrededor. Páginas de debate en la Red, secciones de cartas al director y el propio correo electrónico de Dyson rebosan de invectivas en las que este inglés de 85 años se ve calificado como «imbécil pretencioso», «estercolero de desinformación» y, quizás de forma inevitable, «científico loco».

Todo empezó un día en que a Dyson le dio por exponer que cualesquiera que fueran las alteraciones que el clima estuviera experimentando, «podrían ser una buena cosa porque el dióxido de carbono contribuye al crecimiento de todo tipo de plantas». A continuación, añadió que en caso de que los niveles de CO2 aumentaran de manera excesiva podrían reducirse mediante el cultivo masivo de «árboles consumidores de carbono», creados especialmente al efecto. A raíz de semejante afirmación, Eric Posner, profesor de Derecho de la Universidad de Chicago, repasó cuidadosamente el denso expediente de doctorados honoris causa que ha recibido Dyson (un total de 21, en universidades como Georgetown, Princeton y Oxford) y después insinuó que «quizás también fuera posible diseñar árboles que indicarán a los excursionistas la dirección correcta para que no se pierdan».

George, un hijo de Dyson, experto en historia de la tecnología, asegura que las opiniones de su padre le han alejado de muchos de sus amigos. Hay quienes sospechan que este anciano, un científico del siglo XX, por grande que haya sido, no es que esté equivocado, es que está directamente acabado, que ya no tiene la cabeza para nada. Sin embargo, según la respetable opinión del neurólogo Oliver Sacks, amigo de Dyson y, como él, otro inglés emigrado, el científico está lejos de ese tópico. «Sigue teniendo una mente abierta y flexible», afirma.

Palabra de sabio. Sea como fuere, la postura de Dyson es mucho más inclasificable que la del típico derechista gruñón que reniega del cambio climático. Es un científico cuya inteligencia goza del respeto de sus colegas. Un prodigio de las matemáticas, que aterrizó en Estados Unidos con 23 años y al día siguiente, como quien dice, ya había contribuido al desarrollo de la electrodinámica cuántica con un trabajo pionero en ambas ramas de la física. Y no sólo abrió por su cuenta nuevos caminos a la ciencia, sino que también presenció, en primera fila, los avances de la física moderna junto a algunas de las personalidades más brillantes de la época, entre ellas, Einstein, Richard Feynman y Niels Bohr.

Entre las grandes dotes de Dyson destacan su claridad interpretativa y su capacidad de penetración para captar el método y la trascendencia de lo que hacen científicos de muy diferentes especialidades. Sus reflexiones sobre cómo funciona la ciencia se recogen en una serie de libros lúcidos y nada enrevesados, destinados a los no expertos, que han hecho de él un árbitro de confianza para valorar ideas que van más allá de la física.

Por ejemplo, Origins of Life (orígenes de la vida, 1999), que sintetiza y evalúa los últimos descubrimientos de biólogos y geólogos sobre la hipótesis del origen doble de la vida, es decir, de la posibilidad de que la vida empezara en dos momentos diferentes; Disturbing the Universe (alterar el universo, 1979), que trata, entre otras cosas, de reconciliar la ciencia con la Humanidad, y Weapons and Hope (armas y esperanza, 1984), su meditación sobre el sentido y el riesgo de las armas nucleares, que ganó el Premio Nacional del Círculo de Críticos de Libros.

Dyson está convencido de que esta época de la informática que estamos viviendo dará paso muy pronto a la época de la «biotecnología domesticada». La biotecnología, según escribe en su libro Infinite in All Directions (infinito en todas las direcciones, 1988), «nos ofrece la oportunidad de imitar la velocidad y la flexibilidad de la naturaleza». El autor imagina que la gente «desarrollará» un mobiliario a la carta y cachorritos de dinosaurio para sus hijos (él ha tenido seis), además de una serie de parientes de un árbol consumidor de carbono mediante manipulación genética: también termitas que se comerán los automóviles desguazados, una patata que podrá crecer en la superficie roja y árida de Marte, un automóvil capaz de evitar la colisión con otros...

Semejantes ideas suscitan las mismas burlas que los ensayos de Dyson sobre el cambio climático, pero él es un octogenario con visión de futuro que no se inmuta por nada. «Yo no creo que esté haciendo futurología. Estoy exponiendo posibilidades, cosas que podrían ocurrir. En gran medida, es cuestión del empeño que se ponga o no en que ocurran. El objetivo de pensar en el futuro no es predecirlo sino aumentar la esperanza de la gente», advierte.

Dyson es perfectamente consciente de que «muchos creen que estoy equivocado en el tema del calentamiento del planeta». Pero él no se adhiere a ninguna ideología y experimenta una aversión fulminante al consenso científico. Por encima de todo, el inglés es un estupendo científico que se plantea los interrogantes más difíciles. Podría ser un profeta solitario o, como él mismo reconoce, podría estar completamente equivocado.

Contracorriente. Hace cuatro años que Dyson empezó a exponer públicamente sus dudas sobre el cambio climático. En una conferencia en el Centro Frederick S. Pardee para el Estudio del Futuro a Más Largo Plazo, en la Universidad de Boston, proclamó que «todo este jaleo acerca del recalentamiento del planeta se ha exagerado de la manera más burda». Desde entonces, no ha hecho sino atizar aún más el fuego de sus dudas.

En 2007, declaró en una entrevista concedida a la revista on line Salon.com: «El hecho de que el clima se esté volviendo más cálido no me asusta lo más mínimo». Meses más tarde, escribió un ensayo para The New York Review of Books donde afirmaba que el cambio climático «ha pasado a ser el artículo fundamental de fe de una religión secular de ámbito mundial conocida con el nombre de ecologismo».

De todos los que él considera fervientes seguidores de esa religión, Dyson ha convertido a Al Gore en el particular blanco de su desprecio. En su opinión es el «propagandista principal» del cambio climático; él y James Hansen, director del Instituto Goddard de Estudios Espaciales de la NASA y asesor de la película de Gore Una verdad incómoda. Dyson acusa a ambos de apoyarse de manera desmedida en modelos climáticos generados por ordenador que pronostican una inminente devastación mundial por culpa de la fusión de los hielos polares, la subida del nivel de los océanos y otras catástrofes que arrasarán la Tierra. Y les echa en cara «unos pésimos conocimientos científicos» con los que «distraen la atención de la opinión pública de peligros más graves y más inmediatos para el planeta».

En su opinión, «los que se dedican al estudio del clima y trabajan con modelos informáticos tienden a sobrevalorar esos modelos. Se llegan a creer que son reales y se olvidan de que no son más que eso, simulaciones». Los modelos climáticos, a ojos de Dyson, toman en consideración variables como los mecanismos atmosféricos y los niveles de las aguas, pero no tienen ninguna sensibilidad hacia la química y la biología del cielo, la tierra y los árboles.

Calentamiento local. Eso no quita para que el científico esté de acuerdo con la opinión predominante de que en la atmósfera hay unos niveles de dióxido de carbono, causados por la actividad del hombre, que están aumentando rápidamente. Pero para el planeta, apunta él, este aumento del carbono podría muy bien ser una circunstancia que en último término resultara beneficiosa en «un período relativamente frío en la Historia de la Tierra». El calentamiento, según él, no es universal sino localizado, «calienta los lugares fríos, pero no calienta más los lugares cálidos».

Lejos de temer las terribles consecuencias perjudiciales de estas temperaturas cada vez más elevadas, estima que el dióxido de carbono podría resultar saludable, un indicio de que «en realidad, el clima está mejorando en lugar de ir a peor», porque actúa como un fertilizante ideal que estimula el crecimiento de los bosques y la producción agrícola. «En su mayor parte, la evolución de la vida se produjo en una planeta considerablemente más cálido de lo que es en la actualidad y considerablemente más rico en CO2», sostiene.

Dyson considera que la acidificación de los océanos, que según muchos científicos está destruyendo la cadena alimenticia es, efectivamente, un problema, pero que, probablemente, «se haya exagerado». Los niveles de los mares están aumentando de manera constante, añade, pero «hasta que no sepamos mucho más acerca de sus causas, no pueden predecirse ni las razones de que eso sea así ni los peligros que pueda encerrar».

Para Hansen, el asesor de Al Gore, la causa siniestra del apocalipsis que amenaza el medio ambiente es el dióxido de carbono presente en el humo del carbón. «El carbón es la principal amenaza de la civilización y de la vida entera en nuestra planeta», ha escrito. Y se ha referido a los vagones de ferrocarril que transportan carbón como «trenes de la muerte».

Por su parte, Dyson ha dejado bien claro, en conversaciones y en mensajes de correo electrónico, su opinión de que «la cruzada de Jim Hansen contra el carbón exagera los daños que puede causar el dióxido de carbono».

El carbón contiene «contaminantes, sin ningún género de dudas», como hollín, azufre y óxido de nitrógeno, «un mejunje realmente repugnante que hace que la gente se ponga enferma y que resulta peligroso». Esos subproductos «se consideran algo malo, moralmente hablando, y con razón, pero pueden reducirse a niveles bajos mediante descontaminantes a un coste razonable». Según él, Hansen «explota» la toxicidad de esos elementos de la combustión del carbón como fórmula para condenar el dióxido de carbono que liberan, «que no puede reducirse a un coste razonable, pero que tampoco produce un perjuicio importante».

Más allá de los puntos concretos de controversia sobre los datos, Dyson ha manifestado que todo se reduce a «un desacuerdo profundo sobre valores» entre aquellos que creen que «la naturaleza sabe lo que es mejor y que toda alteración flagrante del medio natural es algo malo», y «los humanistas», entre los que él se cuenta, que sostienen que la protección de la biosfera en sus condiciones actuales no es tan importante como hacer frente a males que producen mayor repugnancia, como la guerra, la pobreza y el desempleo.

A menudo, Dyson pone como modelo su amada Inglaterra y sus paisajes. La modificación de los montes y las tierras bajas del país, realizada con éxito, ha creado una ecología verde totalmente diferente que ha permitido a plantas, animales y seres humanos salir adelante en «una comunidad de especies». Siempre se ha opuesto a la idea de que haya algo así como un ecosistema óptimo («la vida es algo siempre cambiante», advierte) y reprueba la opinión de que hombres y mujeres sean una especie que no tenga nada que ver con la naturaleza, aquello de que «debamos pedir perdón por ser humanos, aunque tenemos la obligación de reestructurar la naturaleza para sobrevivir».

Alarmado. Quizás todo esto explique las razones por las que este mismo hombre pudo escribir que «vivimos en un planeta vulnerable y en declive que nuestra falta de previsión está transformando en una ruina» y, sin embargo, reprender con buenas maneras a esos norteamericanos que se manifiestan contra el carbón en Washington. Dyson siente un gran aprecio por el carbón, y tiene una buena razón para ello: es tan barato que casi todo el mundo puede costeárselo. En su opinión, «el paso de las poblaciones de China y la India, de la pobreza a la prosperidad de la clase media, debería considerarse el gran logro histórico del siglo. Sin carbón no habría sido posible». Dicho lo cual, Dyson ve el carbón como el combustible provisional del progreso. En «apenas 50 años, la energía solar habrá pasado a ser barata y abundante, y hay muy buenas razones para preferirla al carbón», pronostica.

Lo que quizá más preocupa a Dyson en relación el cambio climático son los expertos. En su opinión, «caen con frecuencia en una parálisis causada por la opinión predominante que ellos mismos generan, lo que les lleva a creer que lo saben todo de todo».

Para el sabio es un motivo de orgullo que en 1951 fuera admitido como miembro de la Facultad de Física de la Universidad de Cornell y que, dos años más tarde, pasara al Instituto de Estudios Avanzados, donde ha llegado a ser un hombre influyente, un pragmático que ha ofrecido soluciones al Ejército y al Congreso de Estados Unidos. También fue un orgullo ganar en 2001 el Premio Templeton, dotado con un millón de dólares, por haber profundizado en el entendimiento entre ciencia y religión, galardón que con anterioridad se había concedido a la Madre Teresa y a Aleksander Solzhenitsyn. Y todo eso sin haberse sacado jamás el doctorado. De hecho, puede que Dyson sea el caso más claro de persona que está con un pie fuera y otro dentro del mundo académico, «el hereje más civil del mundo», como lo describe el compositor de música clásica Paul Moravec.

Los expertos en cambio climático hablan con frecuencia del calentamiento del planeta como un asunto de conciencia en el plano moral. Dyson comenta que, desde su punto de vista, esos expertos le parecen unos presuntuosos. «Siempre es posible que al final resulte que Hansen esté en lo cierto. Ahora bien, Hansen ha convertido la ciencia en ideología. Es un tipo muy persuasivo y transmite la impresión de que lo sabe todo. Tiene las mejores acreditaciones. Yo no tengo ninguna, ni siquiera tengo un doctorado. Ha publicado centenares de ensayos sobre el clima; yo, no. De acuerdo con los baremos públicos, está cualificado para hablar y yo, no. No obstante, yo lo hago porque creo que estoy en lo cierto. Creo que tengo una visión amplia sobre este tema, cosa de la que Hansen carece. Creo que, además, mi carrera no depende de este tema, mientras que la suya, sí. Yo nunca afirmo que sea un experto en clima. Yo creo que es más una cuestión de criterio que de conocimientos», opina.

Debatido Al Gore. Preguntado por teléfono al propio Hansen acerca de Dyson, responde que tiene «cosas más importantes que hacer que ocuparme de Freeman: no tiene ni idea de lo que está hablando». En un mensaje de correo electrónico, añade que su preocupación por el cambio climático no se basa exclusivamente en modelos y que, si bien respeta «la falta de prejuicios» de Dyson, «si quiere divagar sobre una cuestión que tiene importantes consecuencias para la Humanidad y otras formas de vida en el planeta, lo primero que tendría que hacer es documentarse, cosa que evidentemente no ha hecho en lo que al calentamiento del planeta se refiere».

Una noche de febrero, Dyson e Imme, su mujer, de 51 años, se pusieron a ver una vez más el documental Una verdad incómoda. Al Gore hablaba de Roger Revelle, un científico de Harvard, ya fallecido, que fue el primero que alertó al Premio Nobel de la Paz en 2007, todavía estudiante, de lo graves que podían llegar a ser los problemas climáticos.

Al Gore lanzaba sus advertencias sobre la fusión de las nieves del Kilimanjaro, la desaparición de los glaciares del Perú y los niveles de carbono en el aire, que «no se reflejan adecuadamente». «Los denominados escépticos sostienen que parece que todo está bien», decía Gore. Entonces Imme miró a su marido y entablaron esta conversación:

–¿Cuánto va a tener que subir el nivel de los océanos antes de que reconozcas que éso no está bien?

–Hasta que vea que hay pruebas evidentes de un daño.

–Será demasiado tarde. ¿No deberíamos hacer algo más de lo que la naturaleza está haciendo?

–Los costes de lo que Al Gore propone serían extremadamente altos. Si se limita el dióxido de carbono, la vida se vuelve más cara y los pobres salen perjudicados. A mí me preocupan los chinos.

–Ellos son los mayores contaminadores del mundo.

–También son los que más están cambiando su nivel de vida, de ser pobres a ser clase media. Para mí, eso es valiosísimo.

La película sigue con predicciones de Gore sobre huracanes, tifones y tornados de gran violencia. «¿Cómo es posible que esto ocurra?», se pregunta al hablar del huracán Katrina. ¿La naturaleza se está volviendo loca? «Eso es una tontería. En el caso del Katrina, todos los daños se debieron al hecho de que nadie se había tomado la molestia de construir unos diques adecuados. Mencionar el Katrina y establecer cualquier relación con el calentamiento del planeta es tremendamente engañoso», comenta en tono calmado.

Aparecen escenas del Ártico mientras Gore habla de la desaparición de los hielos, de árboles arrasados y de osos polares que se ahogan. «El Ártico ha estado libre de hielos durante la mayor parte de la Historia. Hace un año, fuimos a Groenlandia cuando el calentamiento estaba en su momento de mayor intensidad, y todo el mundo estaba encantado», puntualiza Dyson. «Estaban encantados», refrenda Imme. «Podían cultivar repollos».

Termina la película y Dyson afirma: «En mi opinión, Gore hace un trabajo magnífico. Yo diría que para la mayor parte de la gente esta película va a ser enormemente eficaz. Sin embargo, yo conocí personalmente a Roger Revelle y era un escéptico, sin duda alguna. No está vivo para defenderse por sí mismo».

«Gore es un predicador de primera. Sería mejor que atacáramos los problemas reales, como la extinción de especies y la pesca abusiva. Hay infinidad de medidas que podríamos adoptar», agrega. «¡De todas formas, yo me quedaría más satisfecha si me compraras un Toyota Prius [modelo de automóvil poco contaminante]!», reclama Imme. «Juguetes para ricos», concluye su marido con una sonrisa.

Nicholas Dawidoff, colaborador de The New York Times Magazine, ha escrito cuatro libros, el más reciente se titula The Crowd Sounds Happy (La gente parece contenta).

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