domingo, 3 de mayo de 2009

UN GRUPO DE CIENTÍFICOS BUSCA RESUCITAR LA ESPECIE

Desde rusia, con amor...



El perfecto estado de conservación de la cría de mamut Lyuba –se ahogó al mes de vida– ha permitido a un equipo de científicos japonés realizar el primer escáner CT (tomografía computarizada) en tres dimensiones del cuerpo de un animal de este tipo. Para el transporte de la pequeña mamut desde Siberia hasta el colegio médico de la Universidad de Jikei, en Tokio, el equipo de investigadores utilizó una cámara refrigeradora portátil (el cilindro de la imagen). El escáner ha permitido obtener, también por primera vez, información sobre la anatomía interna de los mamuts lanudos, así como determinar las causas de la muerte de Lyuba: asfixia por inhalación e ingestión de limo tras caer en un lodazal.

OPERACIÓN MAMUT
Un grupo de científicos busca resucitar la especie

D.R.
Lyuba, la cria de mamut lanudo mejor conservada del mundo.

El hallazgo de un mamut perfectamene conservado desde hace 37.000 años tiene a los expertos ante un reto extraordinario: secuenciar el genoma completo de estos animales para clonarlos y devolverlos a la vida. Pero no sólo encuentran dificultades técnicas: también profundos dilemas éticos.



Había nacido en un mundo de bestias terribles. Osos gigantes de cara aplastada, tigres dientes de sable y hienas del tamaño de un novillo medraban por las llanuras del norte de Eurasia en busca de presas. Pero, aunque en su primer mes apenas levantaba 1,30 metros del suelo, sabía que ninguno de esos poderosos cazadores se atrevería a acecharla mientras su madre y sus tías estuvieran cerca. En aquella Tierra de hace 37.000 años, ningún predador se atrevía con una manada de mamuts.


Nuestra joven protagonista disfrutaba del inicio del verano en el mismo límite de un mundo de hielos perpetuos. La Tierra vivía su última glaciación. Las grandes llanuras de hierbas altas formaban un paraíso para los mamuts lanudos que ahora, llegado el estío, acumulaban las grasas necesarias para sobrevivir al durísimo invierno. La pequeña mamut aún no había aprendido a comer vegetales. Se alimentaba de la grasienta leche de su madre y, a veces, de algún fragmento de su estiércol. Su aparato digestivo adquiriría así las bacterias que le permitirían digerir la hierba que la alimentaría el resto de su vida. Lo que no podía imaginar es que nunca llegaría a probarla.


Trotando entre los numerosos ríos que salpicaban la pradera, nuestra pequeña mamut se acercó a una poza de agua estancada con curiosidad. Cada olor era un estímulo para ella. Y aquellas aguas olían de una forma extraña. Alargó su trompa y el suelo cedió bajo sus patas. En un instante, el agua se volvió un lodazal denso y pegajoso que la succionaba hacia el fondo. El limo y el barro obstruyeron su trompa y se introdujeron en su boca impidiéndole emitir una llamada de socorro a su madre. Y el mundo feliz que había empezado a descubrir hacía apenas un mes la engulló para siempre. O casi.


El 15 de mayo de 2007 Yuri Khudi, un pastor de renos de la etnia nenet, encontró en la península de Yamal, en el extremo norte de Rusia, lo que parecía un reno enfermo. Al acercarse, se dio cuenta de que el supuesto reno era el cuerpo de un pequeño mamut y, fiel a sus creencias, no lo tocó. Para los nenets, los mamuts son espíritus que habitan el subsuelo de la tundra, seres que presagian calamidades y pueden acarrear terribles desdichas a los que los molestan. Yuri decidió avisar entonces a un amigo y, a través de los contactos de éste, la noticia llegó a oídos de Alexei Tikhonov, director adjunto del Instituto Zoológico de la Academia Rusa de Ciencias de San Petersburgo.


«Cuando llegué, el mamut estaba casi perfecto, sólo le faltaba un fragmento de la cola», comenta, emocionado, Tikhonov. «En términos del estado de conservación, éste es el hallazgo más valioso del mundo.» No es para menos. El pequeño mamut, bautizado por los científicos como Lyuba, en honor a la mujer de su descubridor, iba a aportar más información sobre la vida y el entorno de estos animales que todos los anteriores cuerpos rescatados. Y algo más: iba a acercar a la realidad la posibilidad de clonar uno de estos ejemplares del pasado.


El primero en encontrar un mamut congelado fue el botánico ruso Mikhail Ivanovich, en 1806. Desde entonces, algo más de una docena de animales ha ido apareciendo cuando el permafrost que los conservó –la capa de hielo permanente que yace en el subsuelo de la tundra– asomó los cuerpos a la superficie. Los científicos han hallado en estos animales el mejor laboratorio para investigar la vida en el Pleistoceno. Desde el descubrimiento de Ivanovich, los mamuts se convirtieron en el foco más brillante de la paleontología rusa e incluso hubo algún congreso del Instituto de Geología de San Petersburgo en el que se sirvieron filetes de mamuts como excéntrica prueba de la buena conservación de los animales encontrados. Pero es ahora, a principios del siglo XXI, cuando la tecnología permite sacar toda la información a los cadáveres conservados en el hielo.

Ante la importancia del nuevo hallazgo, Alexei Tikhonov avisó a dos de sus habituales colaboradores: Dan Fisher, paleontólogo de la Universidad de Míchigan especializado en mamuts, y Bernard Buigues, conocido `cazador´ de mamuts y conservador del Museo del Mamut de Siberia. Desde ese momento, los laboratorios de Estados Unidos, Canadá y Rusia que recibieron muestras de tejido de la pequeña Lyuba se pusieron a trabajar en un reto extraordinario: conseguir secuenciar el genoma completo de los mamuts lanudos, el primer paso para poder clonarlos y devolverlos a la vida.


En tanto, el cuerpo fue enviado a Japón en medio de un impresionante despliegue de medios técnicos que permitieron conservar a la pequeña mamut, evitando su contaminación por agentes externos. Allí, una nueva tecnología se iba a combinar con el perfecto estado de conservación de Lyuba para permitir a los científicos japoneses realizar el primer escáner en 3D de la anatomía interna de un mamut.


Dos años después de su descubrimiento, los resultados de ambas líneas de investigación han sido espectaculares. Por un lado, el escáner 3D ha permitido ver los órganos y tejidos internos de Lyuba con una claridad asombrosa y han permitido el análisis de cada una de las partes del cuerpo con una minuciosidad propia de un CSI, pero de un CSI con la gigantesca dificultad de contar con un cuerpo muerto hace 37.000 años. Gracias a estos estudios se ha sabido cuáles fueron las causas de su muerte, qué edad tenía al morir –se había estimado que Lyuba tenía cuatro meses de edad, pero los análisis de sus molares determinaron que apenas tenía un mes de vida cuando se ahogó–, cómo eran la vegetación y el clima durante su vida, su estado de salud y un largo etcétera. Por otro lado, los laboratorios de secuenciación genética han dado igualmente un paso de gigante hacia la posible clonación de los mamuts lanudos. A finales de 2008, Webb Miller y Stephan C. Schuster, de la Universidad Estatal de Pensilvania, publicaron el 70 por ciento del genoma del mamut.


Aún quedan algunas incógnitas importantes –no se sabe, por ejemplo, cuántos cromosomas tenían estos animales–, pero la posibilidad real de devolver a la vida un animal extinto hace miles de años se perfila en un futuro inmediato. Para algunos de los más importantes investigadores del ADN mundial, esto no quiere decir que necesariamente se deban clonar. Los científicos saben ahora que su extinción se debió al cambio climático y a la acción directa del hombre, que los cazó en las grandes praderas de finales del Pleistoceno. ¿Qué aportaría devolverle la vida a una especie cuyo mundo ha dejado de existir? ¿Qué haríamos con ellos si no somos capaces de asegurar la supervivencia a las especies que conviven con nosotros? Para los investigadores implicados, la clonación de estos gigantes extintos está cambiando de enfoque: ya no es tanto un reto científico como un dilema ético.

Fernando González Sitges

LA EXTINCIÓN DE LOS MAMUTS



Estos animales surgieron en África hace 3,5 millones de años, pero los mamuts lanudos, la especie a la que Lyuba pertenece, no aparecieron hasta mitad del Pleistoceno, hace 40.000 años, cuando los dinosaurios llevaban más de 60 millones de años extinguidos. Como los elefantes actuales, vivían en grupos familiares y, por su fuerza y su tamaño, no tenían rival. Pero a finales del Pleistoceno, hace unos 12.000 años, desaparecieron. Sólo un pequeño grupo sobrevivió hasta el 3900 antes de Cristo en la isla Wrangler, en la costa norte de Siberia. Los científicos no dejan de preguntárselo: ¿qué los hizo desaparecer? Las últimas investigaciones parecen aclararlo. Una simulación con ordenador de los cambios climáticos de la época, a finales de la última glaciación, demuestra que el hábitat de los mamuts se alteró radicalmente y desapareció. Esto bastaría para explicar la extinción. Pero los científicos añaden otro elemento: el hombre. Los esqueletos de mamut con proyectiles clavados y los restos de sus huesos en lugares donde hubo humanos evidencian nuestras cacerías, que no habrían sido la causa principal de la desaparición, pero sí el tiro de gracia a una especie diezmada por el cambio climático.

PARA SABER MÁS...
# Woolly mammoth gone forever, de R. Matthews. Heinemann Library, 2007.
# http://ngm.nationalgeographic.com/2009/05/mammoths/mueller-text

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