sábado, 21 de febrero de 2009

"A LOS LEPROSOS, SE LES DEVUELVE LA VIDA CON MUY POCO"

María Ruah, misionera de la Caridad, pide ayuda para Calcuta

Dejó los hospitales de Madrid por las leproserías de Calcuta
Cuando se quiere pedir paz en medio de una batalla, se levanta una bandera blanca por todos reconocida como un momento para pararse a pensar. En medio de un mundo cada vez más hostil con la Iglesia, el sari de la Madre Teresa supone la señera para el fin de las disputas. Los más, se ponen firmes en su presencia. Los menos, lo respetan. Por eso la visita de la hermana María Ruah a Madrid supuso una auténtica revolución en los corrillos eclesiales durante las fiestas de Navidad. Nacida en la capital en 1963, segunda de nueve hermanos, cambió la bata blanca de médico por el sari de Misionera de la Caridad cuando contaba con novio, planes y dinero. Durante una peregrinación a Santiago, “el Señor se lo montó muy bien para cómo decirme y cómo hacer que yo me marchara con las Misioneras de la Caridad”. La historia tiene mil y un recovecos, ya que la hermana María Ruah no era ni mucho menos una chica rezadora, “es más, llevaba una vida muy opuesta a la que llevo ahora: me gustaba mucho la fiesta, salía a bailar y de copas, y pensaba que me casaría algún día”. Pero en esa peregrinación a la que fue por hacer compañía a una hermana suya, sus planes pasaron a un segundo plano tras conocer el amor de su vida: “A partir de ahí me quedé enamorada de Jesucristo. Ocurrió delante de un sagrario, y desde entonces la Eucaristía se convirtió en el centro de mi vida. Como digo yo, dejé de ir de vinos para irme de sagrarios. Te prometo que tenía un jaleo en la cabeza tremendo”. ¿Jaleo por qué? “¡Porque no quería ser monja! Rezaban demasiado. Poco tiempo antes había leído un libro sobre Teresa de Calcuta y en él contaban que iban a Misa todos los días”. Los pobres también eran un problema, “porque no me gustaban. Yo no daba limosna nunca, no me conmovían”.

Superadas mil y una pruebas a través de oración y fe ciega en que el Señor la llamaba para aquello que no servía, la hermana María fue enviada nada menos que a la India, y allí, todas las dudas, miedos y noches en vela, se tornaron en luz y alegría en una leprosería de Calcuta. “Trabajando con los leprosos me di cuenta de que Cristo crucificado es muy parecido a un leproso. Ellos tienen defectos en las manos y en los pies, y Cristo estaba igual. Se les quedan inútiles, pero te aseguro que tienen un corazón gigante, que saben cómo querer de verdad a la gente. Yo lo sentí en esa casa. Me sentí tan querida por ellos como no me había sentido por nadie en mi vida. Yo sentía a Jesucristo tan fuerte en ellos que todo lo que hacía me salía solo, no tenía ningún mérito lo que hacía allí”.

Por ellos propone un reto urgente, una apuesta de solidaridad a ciegas: “Me gustaría hacer un llamamiento a cirujanos ortopédicos especializados en cirugía reconstructiva de manos y pies, porque se les mejora mucho la calidad de vida con una operación. Se les puede reinsertar socialmente fuera de nuestra casa, si disponemos de más cirujanos”. ¿Cómo es eso? “A los leprosos que tienen deformidades sin llegar al hueso, un cirujano plástico le puede devolver su vida, su dignidad, su capacidad de trabajar y de ser aceptado. Ellos han sido echados de sus casas a morirse en la calle. La prueba la tenemos en un equipo de dos cirujanos franceses que viene una semana al año, como voluntarios. Ellos se pagan el viaje y traen el material. La comida y los enfermos están allí”. Ante la pregunta sobre la fe de los cirujanos, la hermana sonríe. ¿Han de ser cirujanos católicos? “En la leprosería viven unos trescientos contagiados, y el noventa y nueve por ciento son hindúes o musulmanes. Nosotras no miramos eso”.

La entrevista se tiene que acabar sabiendo si la doctora, ahora misionera, ya se encuentra mejor con su vocación: “Pasé más de diez años de oscuridad. Ahora soy la monja más feliz de la tierra. Soy monja por amor. Se lo he dicho a ‘mis chicos’ -los pacientes- antes de venir: el amor que Cristo dio crucificado, está en vuestras heridas igual que en su costado. Eso mana constantemente. Su sed de amor no se apaga, sino que crece y no para”.

La hermana María Ruah contó en la sede de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) su experiencia en una leprosería con más de 300 internos. Ella misma explicó que la lepra “es curable cien por cien, con un poco de suerte no tendrán ni secuelas. El contagio se elimina con solo tomar una pastilla, nada más llegar allí. Así que si te vienes a trabajar a una leprosería, no tienes nada que perder por ir allí”. “Mis cálculos son que una pareja de cirujanos pueden operar a una veintena de pacientes en una semana, pero con que operen solo a uno, le habrán salvado la vida”.

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