lunes, 13 de abril de 2009

LA POCO APRETADA (O NO ) AGENDA DOMÉSTICA DE PAPÁ


La poco apretada (o no) agenda doméstica de papá

MIGUEL ÁNGEL BARROSO

La versión de ella: «Poco, muy poco... casi nada. La colaboración se queda en recoger la cocina por las noches, vamos, que sólo friega. También dobla cuatro calcetines y hace nuestra cama (es el último en salir de casa). Creo que piensa que es la bomba. No tendrían que existir diferencias en la pareja; al llegar a casa él debería sentir como deber propio todo lo que queda por hacer (lavadora, ropa de la cuerda, comidas y cenas, camas, deberes, baños...) y no que sus prioridades sean el sofá y el ordenador. Aún hay mucho varón que se acoge a esa comodidad heredada y enseñada desde la infancia. Yo no he podido equilibrar la balanza, aunque trato de educar a mis hijas para que sean menos tolerantes al respecto. El problema es que ven en su vida cotidiana el papel de la supermadre que puede con todo, y les será difícil dar un vuelco... a no ser que los hombres asuman su responsabilidad».

La versión de él: «Sí comparto las tareas. Me ocupo de la recogida de la cocina y del fregado. Me siento incapaz de planchar. Seguro que podría hacer más, pero estoy muy cansado cuando llego a casa (viajo mucho a causa de mi profesión). Esto no es motivo de discusión desde que contratamos a una persona que hace las labores más pesadas. Es la mejor inversión que se puede hacer. Compras tiempo... y paz».

Marta y Luis trabajan, tienen dos hijas pequeñas y versiones distintas de las prestaciones domésticas masculinas. Son una categoría, pero no única, de lo que se cuece en los hogares españoles. Una encuesta de Ipsos y Mapa-Spontex realizada en enero pasado a 2.009 personas de cuatro países europeos (España, Italia, Reino Unido y Francia) pone de manifiesto este conflicto no resuelto a pesar de que cabalgamos el siglo XXI. En nuestro país, una de cada dos personas afirma que el reparto de las tareas domésticas es una fuente de tensión. Esta cifra se eleva hasta el 60 por 100 en las parejas jóvenes.

«Si me pregunta a mí diré que casi llevo el peso de la casa, pero si contesta mi mujer, Pilar, me temo que le dirá que no hago ni el huevo», confiesa Gonzalo, 40 años y un hijo a cuestas. «Viene una asistenta dos días a la semana que hace los baños, la plancha y pasa el aspirador. Yo «gestiono» al niño cuando nos levantamos. A la vuelta del cole le pongo merienda algunos días, otros se la prepara su madre.

Se ducha solito, pero el que está al quite soy yo. De recoger la ropa planchada se ocupa Pilar, excepto la mía que lo suelo hacer yo aunque no me lo reconozca. De preparar (o calentar) la cena me encargo yo, y de recoger y fregar, también. El fin de semana hago los fritos, pero ella recoge la cocina. Los viernes Pilar va a la frutería, pescadería o carnicería; yo al supermercado y a la charcutería, y entre los dos colocamos la compra en su sitio. Lavadoras y tender van de su parte, y si alguna vez me toca, es inútil porque no le gusta cómo lo hago y lo volverá a hacer.

El zafarrancho de limpieza general de estanterías con libros me toca a mí».
La versión de él: «Sí comparto las tareas. Me ocupo de la recogida de la cocina y del fregado»

José Ángel, 41 años y padre de dos hijos de 10 y 7 años, cree que en su caso las cosas están al 50 por 100. «No se puede discutir que las mujeres son las que llevan la voz cantante. Son ellas las que transforman una casa en un hogar». Su hoja de servicios incluye levantar a los niños, hacer las camas, preparar los desayunos, tender, fregar, cocinar (a veces), planchar cosas básicas, hacer la compra («de todo menos carne y pescado, ya que se me acusa de que siempre cojo lo mismo)... sin perjuicio de que su mujer también haga estas cosas. Y reivindica el mantenimiento de electrodomésticos, bombillas y demás, «que es misión de los hombres por el artículo 33». Añade que «llevamos colgado el sambenito de ser unos vagos y unos dejados, y nuestras mujeres no tienen inconveniente en sacarlo a pasear».

«José Ángel es un hombre atípico en este sentido», reconoce Raquel, su mujer. «Es incapaz de estar de brazos cruzados. Formamos un gran equipo, si bien es cierto que la organización de la intendencia, en general, me corresponde a mí: confección de menú, previsión de la despensa, vestimenta de los peques, organización de los armarios y de la limpieza... A su favor diré que el papeleo de los bancos y el cuidado de los coches se los traga él».

Síntomas de «revolución»
José Alberto, otro caso, va incluso más lejos: «¿Que si comparto las tareas? Diría que mi mujer las comparte conmigo. Pongo lavadoras, lavavajillas, limpio, cocino, compro (no me importa hacer colas en la pescadería, por ejemplo, ni limpiar/procesar/congelar el género, algo que asquea a mi mujer). Con respecto a la prole, todo. Eso sí: una esforzada empleada doméstica nos evita limpieza de baños y demás. Aborrezco la compra en grandes superficies y soy incapaz de hacer arreglos de costura, pero eso se puede «externalizar»».

Según estos últimos testimonios, y según el citado sondeo, las parejas españolas parecen haber iniciado una «revolución». Si les hacemos caso, un importante porcentaje de hombres no sólo sacaría la basura (el 77 por 100), sino que también haría las compras (76), cocinaría (58) y fregaría los platos (58). Aunque serían menos los que cambiarían las sábanas sin protestar (44 por 100). Limpiar los aseos y planchar no les gusta en absoluto. Las mujeres creen que los señores tienden a adornar la situación.

Paco y Yolanda, tres hijos en su haber, dejan la cosa casi en empate. «Colabora sobre todo cuando estoy trabajando; cuando estoy en casa se relaja», dice ella. «Debería tomar la iniciativa, no esperar a que le pidas que ponga la lavadora si ve que el cesto de la ropa sucia está lleno. Algo hemos avanzado sobre generaciones anteriores. Mi padre no hizo nada en casa hasta que mi madre falleció. Sin embargo, la sensación entre mis amigas es que falta mucho para que el reparto sea equitativo». Paco defiende su parte: «Sí, arrimo el hombro. Sobre todo cocina de supervivencia, lavavajillas, lavadora... Pensando en mi padre, soy un campeón. Mi talón de Aquiles es la plancha, soy un negado. Pero no hay conflicto. Hemos equilibrado nuestras posturas».

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