LOS nacionalismos, tanto más cuanto más a la izquierda se pretenden, tienden al ridículo. En un mundo globalizado y en una Europa con pretensiones de bienestar ciudadano tiene poco sentido, si es que tiene alguno, la prédica anacrónica y ombliguista de quienes quieren organizar el ritmo de la Historia con epicentro en Betanzos o en Mataró. Los nacionalismos de derechas son otra cosa. Algo no menos inquietante para quienes valoramos el rigor del Estado, la solidaridad de la Nación y el sentido de la Patria; pero más respetable y coherente. Cuando, hace noventa años, Vicente Risco, uno de los padres del nacionalismo gallego, pronunció su primer discurso público en la lengua de Rosalía lo hizo, precisamente, para sumarse a un homenaje a Francesc Cambó.
Si prescindimos de los nacionalistas vascos de izquierdas, ya que unos usan pistola y a los otros no les parece mal que así sea, las dos cabezas simbólicas del nacionalismo social y centrífugo español son Anxo Quintana y Josep Lluís Carod-Rovira. Dos personajes afortunadamente irrepetibles que le aportan variedad a la fauna política y, aunque no se les conoce ninguna iniciativa conducente al bien común, contribuyen al indispensable «más difícil todavía» del circo autonómico nacional. Puestos a buscar diferencias entre ambos, tarea harta de dificultades, podríamos llegar a la conclusión provisional de que Quintana resulta ridículo mientras que Carod es patentemente risible.
Carod, gran coleccionistas de instantes gloriosos, ocupó ayer espacio gráfico en todos los diarios españoles. Arrebatado por su apostólica pasión bilingüe recibió una lanza como señal de agradecimiento de los indios shaur por el millón de euros que el líder de ERC les llevó hasta Ecuador para mejor difundir la lengua catalana. Algún mérito tendrá la cosa puesto que unos cuantos millares de ciudadanos le respaldan con su voto; pero la estampa, insisto, es risible.
El sanitario Quintana es menos sutil. Ayer presentó su dimisión, y la de la Ejecutiva del BNG, como consecuencia del retroceso experimentado por el Bloque en las últimas elecciones. Así lo había pedido su antecesor, Xosé Manuel Beiras. Es un eslabón más en la cadena de un partido de génesis artificial y forzada, nada concordante con los precedentes nacionalistas de Galicia, y cuyo único contenido mensurable es el odio al PP. Una triste manera de vivir.
M. MARTÍN FERRAND
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