Es inevitable que haya crisis económicas. Muchas veces son imprevisibles, aunque no sea el caso de la que España está sufriendo, anticipada por todos los expertos pero negada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero hace un año. Con eso y con todo, lo más grave de la actual situación no son las grandes cifras financieras, sino la situación de las familias españolas. España tiene hoy más de tres millones de parados, y según todas las proyecciones en el curso de 2009 otro millón de desempleados pueden unirse a esa lista angustiosa. Los españoles que aún trabajan temen perder su puesto, y de hecho el CIS acaba de confirmar que el 72,5% de los ciudadanos considera que el paro es el principal problema del país, mientras que casi el 70% cree que nuestra economía va mal o muy mal. A causa del paro hay miedo y desesperanza, porque el Gobierno no ofrece vías reales para salir del túnel. Cuando la gente se rinde, cuando las familias temen por su futuro, el país deja de caminar. Sobre Zapatero recae la responsabilidad de que esta crisis tenga una solución valiente y, aunque deba ser dura y exigente, dé a los ciudadanos las respuestas y la seguridad que ahora no saben dónde buscar. Porque si las crisis son inevitables, sí se puede evitar que duren décadas o que priven a la gente normal de las ilusiones y los proyectos fundados en el esfuerzo y el trabajo.
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