Escritor
Joseph Pearce: “Me convertí leyendo a Chesterton”
Joseph Pearce
Se crió en el East End londinense, en una época en que la inmigración empezaba a cambiarle la cara a Inglaterra. Su adolescencia son recuerdos de manifestaciones callejeras que solían acabar en batallas campales. A los quince se afilió al National Front; un año después, le hacían director de Bulldog, órgano de expresión de los cachorros ultras; con dieciocho era el miembro más joven de la mesa nacional de su partido. Su paso por la cárcel y la lectura reposada de Chesterton y compañía fueron claves en su conversión. Esta semana se cumplen veinte años de su incorporación a la Iglesia Católica. Y sigue, al igual que John Newton, “asombrado por la Gracia/ que salvó a un pecador como yo”.
-Dicen que a los quince años hizo un pacto con el diablo, como Fausto.
-Aunque a esa edad no había oído hablar de Fausto ni -como agnóstico- creía en el demonio, sí es verdad que hubiera dado cualquier cosa a cambio de dedicarme en cuerpo y alma al National Front.
-Su deseo le fue concedido.
-Creyera en él o no, el demonio se mostró diligente a la hora de satisfacerme.
-¿Le está agradecido?
-Mi adolescencia y juventud fueron un infierno. Llené mi cabeza y corazón de ideología racista. Vivía amargado, enfurecido. El odio me consumía.
-Aparte de los inmigrantes, ¿a quién odiaba?
-A los católicos. Había hecho mío ese prejuicio tan inglés de que el catolicismo era una religión extranjera, enemiga de mi patria. Y luego estaban los terroristas del IRA, que se decían católicos.
-Su activismo político le terminó pasando factura.
-En 1982 me condenaron a seis meses de cárcel y en 1985 a doce por incitar al odio racial.
-¿Fue entre una y otra condena cuando se convirtió?
-Digamos que la semilla de mi conversión fue plantada en mí a los diecinueve años.
-Pero a esa edad…
-Había alcanzado las más altas cotas de fanatismo político y anticatólico. Era imposible estar más lejos de Roma.
-Y sin embargo…
-Mi conversión fue agustiniana antes que paulina; se trató de un largo viaje.
-¿Cuál fue la primera etapa?
-La búsqueda de una alternativa al comunismo y al consumismo. Me enfurecía que, sólo porque en la calle nos enfrentábamos con los marxistas, se pensara que éramos la tropa de asalto del capitalismo.
-”La única alternativa a Mammon no podía ser Marx”, escribió una vez.
-Un buen amigo, que sabía de mi empeño por encontrar una tercera vía, me aconsejó que estudiara el distributismo.
-Y es entonces cuando Chesterton entra en escena.
-Mi amigo me dijo que leyera un texto de Chesterton, “Reflexiones alrededor de una manzana podrida”, que formaba parte de una colección de ensayos, El pozo y los bajíos. Compré el libro, me senté a leerlo, y…
-¿Y?
-Cuál fue mi sorpresa cuando descubrí que la mayoría de los ensayos eran una defensa de la fe católica.
-¿Lanzó el volumen por la ventana?
-No. Simplemente quedé confundido: no tenía argumentos que oponer a los de Chesterton.
-O sea, que aquel libro…
-Fue el primer paso en mi camino de conversión. El ingenio y la sabiduría de Chesterton removieron mis prejuicios contra la Iglesia Católica. Empecé a leer, con deleite, todo lo que de él caía en mis manos.
-¿Chesterton le llevó a Belloc?
-Y a Lewis, y a Newman, y a Tolkien…
-El señor de los anillos lo leyó en la cárcel.
-Y quizás entonces no capté el misticismo católico del libro, pero sí que en sus páginas se hablaba de la virtud, de la moral, del bien…
-Por cierto, fue en la cárcel donde se declaró por primera vez católico.
-En la prisión de Wornwood Scrubs, sí, donde cumplí mi segunda condena. Al ingresar, las autoridades me preguntaron de qué religión era: “Católico”, respondí. Y aunque ‘técnicamente’ todavía no lo era, aquélla fue mi primera afirmación de fe.
-En Wornwood Scrubs también rezó por vez primera.
-Alguien me había mandado un rosario. Me recuerdo en la soledad de mi celda, pasando los dedos por las cuentas, sin tener ni idea de qué decir. Había olvidado el padrenuestro, y no me sabía el avemaría ni el gloria.
-¿Cómo resolvió el rezo?
-Diciendo oraciones inventadas por mí en las que pedía lo que mi corazón demandaba: fe, esperanza y caridad. Un comienzo pequeño… pero significante.
-Su puesta en libertad en 1986…
-Fue el principio del fin de mi vida como extremista político. Estaba desilusionado con la organización que había sido mi razón de ser durante los últimos diez años.
-¿Ya no quería entregar su vida al National Front?
-Ahora sólo quería darla por Cristo.
-Echa la vista atrás…
-Y me sigue asombrando la Gracia, que, no sé cómo, echó raíces en el desierto de mi alma.
Gonzalo Altozano
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